MADRID,
La hermana Amparo Baquerano nació en el pequeño pueblo de Adiós, en Navarra (España) pero asegura que en España se siente casi una extraña porque lleva casi 30 años en Corea del Sur.
"Para llegar a Seúl hay que pasar por San Francisco Javier y por el espíritu de las Carmelitas Misioneras", explica la hermana. Y es que comparte la vocación de ir a las periferias y la tierra natal con el santo jesuita Francisco Javier.
Descubrió su vocación haciendo oración en la iglesia de San Ignacio que hay en Pamplona. "Me escondía detrás de una columna y allí rezaba todos los días unos quince minutos después de la Misa", recuerda y precisa que conoció entonces "el amor de Jesús y me pareció un amor eterno al que debía corresponder. Por eso me pareció que la mejor manera era la de hacerme religiosa. Por eso entré en las Carmelitas Misioneras con 21 años, después de haber estudiado magisterio y haber ejercido unos años".
Después de pasar años en Roma y España llegó una carta a la congregación pidiendo hermanas que fueran a la misión. "Yo conocía las dificultades de ir a la misión, por eso oré primero y después contesté que sí, que iría a cualquier sitio que se necesitara", afirma.
Eran los años 70 y la destinaron a la India, donde las Carmelitas Misioneras trabajan en una leprosería. Sin embargo, a pesar de formarse en enfermería y aprender inglés nunca pudo llegar a Nueva Delhi porque no le concedieron el visado. "En 1974 los Carmelitas abrieron una misión en Corea del Sur y pidieron que las Carmelitas Misioneras también fuéramos allí. Yo había perdido la esperanza de ir a la India, así que me ofrecí voluntaria y casi tres años más tarde abrimos esa misión", recuerda la hermana Amparo.
Ella fue una de las tres primeras Carmelitas Misioneras que llegaron a Seúl en 1977. Llevaron su congregación, pero sobre todo su testimonio de vida cristiana. "Durante los dos primeros años hicimos un curso intensivo de coreano porque si no era imposible poder hacer nada", explica.