VATICANO,
El Secretario de Estado Vaticano, Cardenal Pietro Parolin, exhortó a la comunidad internacional y a los miembros de la Iglesia a no permanecer indiferentes al drama global de la movilidad humana, cuyo rostro más reciente son los miles de niños y adolescentes que siguen cruzando la frontera entre Estados Unidos y México.
Así lo expresó durante el "Coloquio México-Santa Sede sobre Migración Internacional y Desarrollo", que finaliza este martes. Durante su discurso, el Cardenal recordó las palabras del Papa Francisco en Lampedusa (Italia). "'¿Dónde está tu hermano?', la voz de su sangre grita hasta mí, dice Dios. Ésta no es una pregunta dirigida a otros, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros. […] Antes de llegar aquí (los migrantes) han pasado por las manos de los traficantes, esas personas para las que la pobreza de los otros es una fuente de lucro", denunció entonces el Pontífice.
El Secretario de Estado señaló que, tal como se ha visto en el actual mundo globalizado, el progreso de las naciones no solo se debe al flujo de capitales, mercancías e información. "Las naciones, especialmente aquellas más avanzadas desde el punto de vista económico y social, deben su desarrollo en gran parte a los emigrantes. Ello es así porque el progreso está muy ligado al factor humano, a la cultura, a la inventiva, al trabajo, a las condiciones sociales y familiares", indicó.
Por ello, invitó a los presentes a asumir el reto de construir "una sociedad más justa y solidaria, que reconoce el valor de la movilidad humana y no se cierra en sí misma sino que está dispuesta a la acogida y a dejar espacios abiertos".
En ese sentido, dijo que "es evidente que el fenómeno de la migración no puede ser resuelto únicamente con medidas legislativas o adoptando políticas públicas, por buenas que sean, y mucho menos únicamente con las fuerzas de seguridad y del orden. La solución del problema migratorio pasa por una conversión cultural y social en profundidad que permita pasar de la 'cultura de la cerrazón' a una 'cultura de la acogida y el encuentro'".
"Por un lado –aclaró-, el emigrante tiene el deber de integrarse en el País que lo acoge, respetando sus leyes y la identidad nacional. Por otro lado el Estado tiene también el deber de defender las propias fronteras, sin olvidar en ningún caso el respeto de los derechos humanos y el deber de la solidaridad".