Luego de los problemas en la ejecución de un recluso en un centro penitenciario de Oklahoma, el Arzobispo de esa ciudad, Mons. Paul Coakley, hizo un llamado a reconsiderar la pena de muerte como sanción.
"Ciertamente tenemos que administrar la justicia con clara consideración por las víctimas del crimen, sin embargo, debemos encontrar la manera de hacerlo sin contribuir a la cultura de muerte que atenta con destruir completamente nuestro sentido de dignidad hacia la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural", afirmó Mons. Paul Coakley en un comunicado emitido el 30 de abril.
Según la BBC, al aplicarle la pena de muerte, al recluso Clayton Lockett se le administró un sedante y diez minutos después se dijo que estaba inconsciente y se le administró una inyección letal, pero pronto comenzó a retorcerse y respirar intensamente.
Se informó que Lockett murió casi 50 minutos después de un ataque cardíaco masivo.
Robert Patton, director del Departamento de Correcciones de Oklahoma, afirmó que la vena de Lockett explotó durante la ejecución, lo que impidió que las drogas letales funcionaran como se esperaba.
"La ejecución de Clayton Lockett muestra realmente la brutalidad de la pena de muerte", reflexionó Mons. Coakley. "Espero que esto nos lleve a considerar si debemos adoptar una suspensión de la pena de muerte o incluso abolirla completamente".