VATICANO,
El Papa Francisco celebró este jueves la Misa de Acción de Gracias por la canonización de San José de Anchieta, el evangelizador de Brasil, y afirmó que "la Iglesia no crece por proselitismo, crece por atracción" del testimonio alegre del anuncio de Cristo resucitado.
"Ese testimonio que nace de la alegría asumida y luego transformada en anuncio. Es la alegría fundante. Sin este gozo, sin esta alegría, no se puede fundar una iglesia, una comunidad cristiana. Es una alegría apostólica, que se irradia, que se expande", aseguró el Pontífice durante la ceremonia realizada en la iglesia romana de San Ignacio.
A continuación la homilía completa gracias a la traducción de Radio Vaticana:
En el pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar los discípulos no alcanzan a creer la alegría que tienen porque "no pueden creer a causa de esa alegría", así dice el Evangelio. Miremos la escena: Jesús ha resucitado, los discípulos de Emaús han narrado su experiencia. Pedro también cuenta que lo vio. Luego el mismo Señor aparece en la sala y les dice: "Paz a ustedes".
Varios sentimientos irrumpen en el corazón de los discípulos: miedo, sorpresa, duda y, por fin, alegría. Una alegría tan grande que por esta alegría "no alcanzaban a creer". Estaban atónitos, pasmados, y Jesús, casi esbozando una sonrisa, les pide algo de comer y comienza a explicarles, despacio, la Escritura, abriendo su entendimiento para que puedan comprenderla.
Es el momento del estupor del encuentro con Jesucristo, donde tanta alegría nos parece mentira; más aún, asumir el gozo y la alegría en ese momento nos resulta arriesgado y sentimos la tentación de refugiarnos en el escepticismo, "no es para tanto". Es más fácil creer en un fantasma, que en Cristo vivo. ¿Es más fácil ir a un nigromante que te adivine el futuro, que te tire las cartas?, que fiarse de la esperanza de un Cristo triunfante, de un Cristo que venció la muerte. Es más fácil una idea, una imaginación que la docilidad a ese Señor que surge de la muerte y vaya a saber a qué cosas te invita. Es el proceso de relativizar tanto la fe que nos termina alejando del encuentro, alejando de la caricia de Dios. Es como si "destiláramos" la realidad del encuentro con Jesucristo en el alambique del miedo, en el alambique de la excesiva seguridad, del querer controlar nosotros mismos el encuentro. Los discípulos le tenían miedo a la alegría… Y nosotros también.