BUENOS AIRES,
El Arzobispo Emérito de Corrientes (Argentina), Mons. Domingo Salvador Castagna, aseguró que "el pecado es un betseller de innumerables reediciones. Hoy, como entonces, la presencia de Cristo suscita adhesiones y persecuciones. Él es la Verdad, que aman los humildes y rechazan los soberbios y embaucadores. Lo podemos comprobar al internarnos en la realidad cotidiana".
Así lo indicó el Prelado en el texto que sugiere para la homilía de este domingo y que difunde gracias a la agencia AICA. A continuación el texto completo:
1.- Jesús infunde la esperanza en la Vida eterna. Cristo devuelve la vida terrenal a su amigo Lázaro. Allí hallamos una serie de rasgos humanos, que manifiestan la "humanidad" que el Verbo tomó de Maria Virgen. Aunque sabe, a ciencia cierta, que lo volverá a la vida, siente en su corazón el dolor profundo de sus amigas María y Marta. Llora con ellas y escucha su humilde reproche por no haber llegado a tiempo. Como buen Maestro sabe aprovechar la ocasión para enseñarles: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás". (Juan 11, 25-26)
La visión de las compungidas hermanas y el llanto de quienes las acompañan, conmueven su corazón hasta llorar con ellos. Es dramático el momento de la apertura de la tumba y la tierna oración dirigida a su Padre: "¡Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado". (Juan 11, 41-42) El regreso de Lázaro a la vida deja atónitos a los testigos de la escena. Jesús llora con el llanto auténtico de los amigos y, mediante el signo milagroso, se identifica como el enviado del Padre, para que nadie, en lo sucesivo, tenga motivos de duda.
2.- El enviado del Padre. La intención, manifestada en su actividad milagrosa, se orienta a la conversión de sus oyentes. Responde al plan de Salvación de Dios. Al acreditarse como "el Enviado del Padre", mediante los signos visibles que golpean los sentidos de quienes abren sus oídos a su prédica, conduce a los hombres al encuentro con Dios. En Él, "el verdadero Dios" se automanifiesta.
La historia del hombre en la diáspora, iniciada cuando decidió romper con su Creador, es una búsqueda fatigosa del "paraiso perdido", pero, principalmente de Quien llena ese paraiso: Dios, "el Padre de nuestra vida" (Pablo VI). No podrá lograrlo inventando dioses falsos. Cristo es el Dios misericordioso, que se presenta como uno más entre los hombres, con el fin de que dén por terminada la búsqueda extenuante y desorientada. El enviado del Padre es Dios hecho hombre, mencionado en el Evangelio como "el Hijo del hombre".