ROMA,
El diario italiano Corriere della Sera publica el 7 de marzo algunos extractos de la entrevista que Benedicto XVI, concedió al vaticanista polaco Wlodzimierz Redzioch, en la que habla de su antecesor el Beato Juan Pablo II.
Esta es la primera entrevista que concede después de su renuncia al pontificado, y forma parte del libro "Junto a Juan Pablo II. Sus amigos y colaboradores nos cuentan", que publica en estos días en Italia la editorial Ares de cara a la Canonización del Beato Juan Pablo II el próximo 27 de abril.
Benedicto XVI accedió a responder por escrito a las preguntas que le fueron enviadas al Vaticano el pasado mes de noviembre. Esta entrevista se muestra en el primer capítulo del libro, y es seguida por testimonios de colaboradores y amigos cercanos del Papa Juan Pablo II.
ACI Prensa/EWTN Noticias tradujo al español algunos extractos publicados por el diario Corriere della Sera:
Santidad, los nombres de Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger están ligados de diversas maneras al Concilio Vaticano II. ¿Se conocieron durante el Concilio?
El primer encuentro consciente entre el Cardenal Wojtyla y yo ocurrió solamente durante el cónclave en el que fue elegido Juan Pablo I. Durante el Concilio ambos habíamos colaborado en la Constitución sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, todavía en secciones distintas, de manera que no nos habíamos encontrado. [...]. Por supuesto, había oído hablar de su obra como filósofo y como pastor, y desde hacía tiempo deseaba conocerlo. Wojtyla por su parte, había leído mi Introducción al Cristianismo, donde yo citaba los ejercicios espirituales que él predicó para Pablo VI y la Curia durante la Cuaresma en el año 1976. Por eso es como si interiormente, los dos esperásemos encontrarnos.
Desde el principio sentí una gran veneración y una cordial simpatía por el Metropolita de Cracovia. Durante el pre-cónclave en 1978 él analizó para nosotros de manera increíble la naturaleza del marxismo. Pero sobre todo, percibí enseguida con fuerza, su fascinación por lo humano que emanaba de él, y por como oraba, advertí lo profundamente unido que estaba a Dios.
¿Qué sintió cuando el Santo Padre Juan Pablo II lo llamó para confiarle la dirección de la Congregación para la Doctrina de la Fe?
Juan Pablo II me llamó en 1979 para nombrarme Prefecto de la Congregación para la Educación Católica. Habían transcurrido solo dos años desde mi consagración episcopal en Múnich [...]. Le rogué al Papa que pospusiera este nombramiento [...]. En 1980 me dijo que me quería nombrar al final de 1981 Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, como sucesor del Cardenal Seper.
Como no dejaba de sentirme en la obligación de asistir a mis diócesis, para la aceptación del encargo me permití poner una condición, que además me parecía inviable. Le dije que sentía el deber de continuar publicando trabajos teológicos. Solo habría respondido afirmativamente si esto era compatible con la tarea del Prefecto. El Papa, que conmigo siempre era muy bueno y comprensivo, me dijo que se informaría sobre esas cuestiones para hacerse una idea.
Cuando posteriormente lo visité, me explicó que las publicaciones teológicas eran compatibles con el trabajo como Prefecto; también el Cardenal Garrone, me dijo, había publicado trabajos teológicos cuando era Prefecto de la Congregación para la Educación Católica. De manera que acepté el encargo, consciente de la seriedad de la tarea, y sabiendo que la obediencia al Papa en ese momento requería de mi un "sí".
¿Cuáles fueron los desafíos doctrinales que afrontaron juntos durante su mandato en la Congregación para la Doctrina de la Fe?
El primer gran desafío fue afrontar la Teología de la liberación, que se estaba difundiendo por América Latina. Tanto en Europa como en América del Norte, era una opinión común que trataba de una causa que apoyaba a los pobres y por tanto, de que era una causa que se debía aprobar. Pero era un error. La pobreza y los pobres eran sin duda tocados por la teología de la liberación de una manera muy específica. [...] No era cuestión de ayudas o de reformas, se decía, sino de la gran agitación de la que debía salir el Nuevo Mundo. La fe cristiana era usada como motor de este movimiento revolucionario, transformándola de esta manera en una fuerza de tipo político. [...]. Naturalmente estas ideas se presentaban con diversas variantes y no siempre se mostraban con absoluta claridad, pero, dentro la complejidad, esta era la dirección. Era necesario oponerse a esta parecida falsificación de la fe cristiana, especialmente por amor a los pobres y por el servicio que se les debe dar.
En base a experiencias vividas en su patria polaca, el Papa Juan Pablo II nos dio una aclaración esencial. Por un lado él había vivido la esclavitud obrada por aquella ideología marxista que hacía de madrina de la Teología de la liberación. En base a esta experiencia dolorosa, tenía claro que tenía que combatir aquél tipo de "liberación".
Por otro lado, precisamente la situación de su patria, le había demostrado que la Iglesia debe realmente actuar por la libertad, pero la liberación no de manera política, sino despertando en los hombres, a través de la fe, las fuerzas de la auténtica liberación. El Papa nos guió para tratar ambos aspectos: por un lado desenmascarar una falsa idea de liberación, y por el otro, exponer la auténtica vocación de la Iglesia a la liberación del hombre. Eso es lo que intentamos explicar en las dos Instrucciones sobre la Teología de la Liberación que están al principio de mi trabajo en la Congregación para la Doctrina de la Fe. [...].
Santidad, usted abrió el itinerario para la Beatificación con anticipación a los tiempos establecidos por el Derecho Canónico. ¿Desde cuándo y en base a qué se convenció de la santidad de Juan Pablo II?
Durante los años de la colaboración con Juan Pablo II, me quedó cada vez más claro que era un santo. Naturalmente ante todo, hay que tener presente su intensa relación con Dios, su forma de ser inmersa en la comunión con el Señor de la que ya he hablado.
En medio a las grandes fatigas que debía sostener, de aquí es de donde venía su gran alegría y la valentía con la cual, asumió su tarea en un tiempo realmente difícil.
Juan Pablo II no pedía ser aplaudido, ni se preocupó por cómo sus decisiones habrían sido acogidas por el entorno. Él actuó a partir de su fe y de sus convicciones, y estaba preparado también para recibir los golpes. El coraje de la verdad es desde mi punto de vista, un criterio primordial de la santidad. Solo a partir de su relación con Dios es posible entender también su incansable compromiso pastoral. Que se dio con un enraizamiento que no se explicaría de otra manera.
Su compromiso fue incansable, y no solo en los grandes viajes, cuyos programas estaban repletos de citas de principio a fin, sino también día tras día, desde la Misa matutina hasta la noche. Durante su primera visita a Alemania (1980), por primera vez, tuve una experiencia muy concreta de este compromiso enorme.
Para su estancia en Múnich, decidió que debía tomarse una pausa más larga al medio día. Durante aquél intervalo me llamó a su habitación. Lo encontré recitando el Breviario y le dije: "Santo Padre, usted debería descansar", y ;él me dijo: "Puedo hacerlo en el Cielo".
Solo quien está profundamente colmado de la urgencia de su misión puede actuar así [...].
¿Qué siente interiormente hoy que la Iglesia reconoce oficialmente la santidad de "su" Papa, Juan Pablo II, del cual fue su más estrecho colaborador?
Mi recuerdo de Juan Pablo II está lleno de gratitud. No podía y no debía intentar imitarlo, pero intenté llevar adelante su herencia y su trabajo lo mejor que he podido. Y por eso estoy seguro de que todavía hoy, su bondad me acompaña y su bendición me protege.
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