ROMA,
El 12 de diciembre, con motivo de fiesta de la Patrona de las Américas, el Cardenal canadiense Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos, homenajeó a Nuestra Señora de Guadalupe con un artículo publicado por el diario de la Santa Sede, L'Osservatore Romano.
El Cardenal Ouellet, quien además es Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, hizo un llamado a la unidad de todos los pueblos de América bajo el manto de la Emperatriz de América, y cita la Exhortación Apostólica de Ecclesia in América del Beato Juan Pablo II.
Reproducimos a continuación el texto del Purpurado:
"Homenaje a la Virgen de Guadalupe: Una casa común para América"
América, que históricamente fue y es un crisol de pueblos, ha reconocido ante el mestizo de la Virgen del Tepeyac, en Santa María di Guadalupe, un gran ejemplo de una evangelización perfectamente inculturada. Para ello, no sólo en el centro y el sur, sino también en el norte del continente, la Virgen de Guadalupe es venerada como reina de toda América.
Nuestra Señora de Guadalupe te imploramos a visitarnos nuevamente para iluminar el camino de la evangelización en nuestro tiempo olvidado de Dios, porque Tú eres la memoria viva de su agradecimiento, la Estrella polar en el firmamento de sus maravillas.
Tu gran aparición en este lugar, en los albores de la primera evangelización, fue el preludio de una sinfonía de manifestaciones en todo el continente, desde Santa María la Antigua de Panamá, a Nuestra Señora de Luján en Argentina, a Notre Dame du Cap en Canadá, hasta Nuestra Señora de Aparecida en Brasil, en cada país y sus diócesis está presente y trabajando gracias a la fe viva del pueblo de Dios.
En todas partes tú eres reina, reina del cielo y reina de la tierra, reina de los apóstoles y sus sucesores, sostén la fe del pueblo de Dios con tu "Sí" siempre presente que sostiene en el interior de cada uno de nosotros la palabra de Dios.
Inseparable del Espíritu Santo, siempre acompañas con tu fe la palabra divina encarnada, la palabra celebrada y la aplicación de todos los bautizados. En cada Eucaristía tu ternura maternal envuelve a toda la Asamblea y se une a la comunión divina.
Madre soberana, tesorero de la gracia divina de su hijo crucificado, concédenos acoger nuestra misión como tu recibiste la aurora de la salvación. El Espíritu Santo quien concibió en ti el Verbo del amor eterno del Padre conciba en nosotros la obediencia a la palabra que nos hace hermanos, hermanas y madres del Salvador.
Cada visita tuya a nuestro corazón es una llamada a la conversión, una incitación a vivir la más ardiente caridad hacia todos, pero especialmente hacia los que más sufren, aquellos a los que tu hijo ha dado el privilegio y que nos pide amor sin cálculos ni medidas. En el Cerro del Tepeyac tu dijiste a Juan Diego que fuera en tu nombre a pedir al obispo construir una casa sagrada aquí, para que pudieras glorificar a Dios y proclamarlo al mundo con tu mirada piadosa.
¡Qué alegría que sobre la Colina Vaticana el sucesor de Pedro haya escuchado este mensaje y seguir su camino con toda la Iglesia sobre los caminos de la misericordia, la compasión y la paz! ¡Bendito sea Dios que su primer hijo de América llamado a la Sede de Pedro es tan celoso en relanzar la evangelización entre los pobres! ¡Oremos para que sea muy amado y escuchado! Para que los jóvenes del continente se acuerden de Copacabana y se comprometan audazmente con Francisco en la revolución del amor.
Haz que también nosotros, los obispos de América escuchemos tu mensaje con la misma emoción de Juan de Zumárraga, con el entusiasmo de todos los Santos y evangelizadores evangelizadoras que llegaron antes que nosotros por estas mismas rutas. Que nuestra unidad y nuestro celo por la evangelización sean signos elocuentes de vivir nuestra fe, en este año de la fe que la iglesia se regocija al celebrar la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte, la victoria del amor sobre el odio y la ingratitud.
Construir una iglesia, ¿no es rodear a tu pueblo con una cinta sagrada donde la palabra de Dios toca los corazones y los espíritus? ¿Construir una Iglesia no es permitir que se unan a tus hijos en una sola familia bajo el mismo techo, en torno a la misma mesa? ¿No es abrir un espacio de fraternidad, reconciliación y paz en el corazón de nuestras sociedades marcadas por la injusticia, el flagelo de las drogas y la violencia?
Madre misericordiosa, abrazamos esta misión para construir la Iglesia contigo, porque todos juntos podemos glorificar a Dios y proclamar sus maravillas en nuestro continente. En él se han multiplicado las señales milagrosas que disipan nuestras dudas y hacer caer la oposición a la voluntad de Dios. ¡Cuántas curaciones ocurridas en nuestros santuarios después Juan Bernardino! ¡Cuántas conversiones han convertido las almas de la esclavitud del pecado frente a la luz de Cristo! ¡Cuántas vocaciones nacen aquí bajo tu aspecto compasivo y misericordioso anunciando la ternura infinita de Dios!
Estamos ahora frente a ti, Madre Santísima, Madre del verdadero Dios y sus amados hijos, para renovar nuestra fe en Aquél que te ha elegido como mensajera de su Evangelio. El anuncio ha sido acogido en América, ha disipado las tinieblas de la ignorancia, la superstición y el miedo. Que resuene nuevamente desde las periferias más remotas del gran norte de Canadá, de la Amazonia, los Andes y el Caribe. Que sea llevado por todas las personas, conscientes de su pertenencia a un Dios de amor y convencido de ser enviados para su reino en la tierra de América.
Imploramos junto a Dios y a ti nuestra Madre, como una familia, para aumentar nuestra fe, purificarla, fortificarla, hacerla más valiente y radiante, para que el mundo pueda creer en el nombre de Jesús, Hijo del Dios vivo, nuestro único Señor y Salvador. "Nuestra fe se mantiene viva sólo si se comunica", amaba repetir el Beato Juan Pablo II, el Papa de la familia y de la Nueva Evangelización. Nuestras debilidades y nuestros errores son ciertamente un obstáculo, pero no nos impide de anunciar el Evangelio con una nueva energía, nuevos medios de comunicación y un lenguaje más apropiado. ¡Que nuestra fe sea creativa y capaz de conquistar!
Nuestro peregrinaje tu primer Santuario de América es un gesto de afecto sincero, y también un gesto profundamente misionero en respuesta a tu llamado para construir una casa común para toda América, una casa donde la gente pobre y rica escucha la misma palabra y comparte la misma mesa Eucarística, una casa en la que los conflictos se resuelven con el diálogo, con paciencia y reconciliación.
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