VATICANO,
"¡El que practica la misericordia no teme a la muerte!", fue el clamor del Papa Francisco esta mañana en su catequesis de la audiencia general, en medio del intenso frío de la Plaza de San Pedro en donde miles de fieles escucharon con atención la reflexión del Santo Padre sobre la vida eterna y la esperanza que da la resurrección de Cristo.
El Santo Padre afirmó que "la solidaridad en el compartir el dolor e infundir esperanza es premisa y condición para recibir en herencia ese Reino preparado para nosotros. El que practica la misericordia no teme la muerte. Piensen bien en esto: ¡el que practica la misericordia no teme la muerte! ¿Están de acuerdo? ¿Lo decimos juntos para no olvidarlo? El que practica la misericordia no teme la muerte. Y ¿por qué no teme la muerte? Porque la mira a la cara en las heridas de los hermanos y la supera con el amor de Jesucristo".
El Papa explicó que "entre nosotros comúnmente, hay una forma equivocada de mirar la muerte. La muerte nos atañe a todos y nos interroga de forma profunda, en especial cuando nos toca de cerca, o cuando golpea a los pequeños, los indefensos de una manera que nos resulta 'escandalosa'. A mí siempre me impactó la pregunta: ¿por qué sufren los niños? ¿Por qué mueren los niños?"
"Si se entiende como el fin de todo, la muerte asusta, aterroriza, se transforma en amenaza que despedaza todo sueño, toda perspectiva, toda relación e interrumpe todo camino. Eso sucede cuando consideramos nuestra vida como un tiempo encerrado entre dos polos: el nacimiento y la muerte; cuando no creemos en un horizonte que va más allá de la vida presente; cuando se vive como si Dios no existiera".
Esta concepción de la muerte, dijo luego el Papa, "es típica del pensamiento ateo, que interpreta la existencia como un encontrarse de casualidad en el mundo y un caminar hacia la nada. Pero también hay un ateísmo práctico, que es un vivir solo para los propios intereses, un vivir solo para las cosas terrenas. Si nos dejamos llevar por esta visión equivocada de la muerte, no tenemos otra opción que la de ocultarla, negarla o banalizarla para que no nos asuste".
"Pero contra esta falsa solución, el 'corazón' del hombre se rebela, el anhelo que todos tenemos de infinito, la nostalgia que todos tenemos de lo eterno. Y, entonces, ¿cuál es el sentido cristiano de la muerte? Si miramos los momentos más dolorosos de nuestra vida, cuando perdimos a un ser querido –nuestros padres, un hermano, una hermana, un esposo, un hijo un amigo– percibimos que, incluso ante el drama de la pérdida o lacerados por la separación, se eleva del corazón la convicción de que no puede haber acabado todo, que el bien dado y recibido no ha sido inútil. Hay un instinto poderoso dentro de nosotros que nos dice que nuestra vida no acaba con la muerte".