VATICANO,
El Papa Benedicto XVI dijo que el fuego de Cristo, que hoy vive, no es un fuego destructor, sino uno que da luz y calor, que transforma a la Iglesia que navega "en medio de tempestades que la acechan".
Así lo señaló el Santo Padre desde el balcón de su estudio dirigiéndose a los numerosos participantes de la procesión de antorchas organizada por la Acción Católica Italiana (ACI), en colaboración con la diócesis de Roma, con motivo de la apertura del Año de la Fe y del 50 aniversario del inicio del Concilio Vaticano II.
"Buenas noches a todos y gracias por haber venido. Hace cincuenta años, este mismo día, yo también estaba en esta plaza, mirando a esta ventana a la que se asomó el Papa bueno, el Beato Juan XXIII, que pronunció palabras inolvidables, palabras llenas de poesía, de bondad, palabras que salían del corazón", saludó el Santo Padre.
Benedicto XVI recordó luego que "éramos felices y estábamos llenos de entusiasmo. El gran Concilio ecuménico se había inaugurado; estábamos seguros de que llegaba una primavera para la Iglesia, una nueva Pentecostés, con una presencia nueva y fuerte de la gracia liberadora del Evangelio".
"Hoy también somos felices, tenemos la alegría en nuestro corazón, pero podríamos decir que es una alegría, quizás, más sobria, una alegría humilde. En estos cincuenta años hemos aprendido y experimentado que el pecado original existe y se traduce, siempre de nuevo, en pecados personales, que pueden transformarse en estructuras del pecado".
El Papa reconoció luego que "hemos visto que en el campo del Señor también hay siempre cizaña. Hemos visto que en la red de Pedro también hay peces podridos".