BEIRUT,
Señor Presidente,
Señores Presidentes del Parlamento y del Consejo de ministros,
Beatitudes y hermanos en el episcopado,
Autoridades civiles y religiosas y queridos amigos
Ha llegado el momento de partir, y dejo con pesar el querido Líbano. Señor Presidente, le agradezco sus palabras y el haber facilitado, junto con el Gobierno, a cuyos representantes saludo, la organización de los distintos acontecimientos que han marcado mi presencia entre vosotros, apoyado de manera notable por la eficacia de los diferentes servicios de la República y del sector privado. Agradezco también al Patriarca Béchara Boutros Raï, y a todos los patriarcas presentes, así como a los obispos orientales y latinos, los sacerdotes y los diáconos, los religiosos y religiosas, los seminaristas y los fieles que se han desplazado para recibirme. Al visitaros, es como si Pedro viniese a vosotros, y vosotros habéis recibido a Pedro con la cordialidad que caracteriza a vuestras Iglesias y vuestra cultura.
Mi agradecimiento se dirige en particular a todo el pueblo libanés, que forma un hermoso y rico mosaico, y que ha sabido manifestar al Sucesor de Pedro su entusiasmo, con la aportación multiforme y específica de cada comunidad. Gracias de corazón a las venerables Iglesias hermanas y a las comunidades protestantes. Gracias en particular a los representantes de las comunidades musulmanas. Durante toda mi estancia, he podido constatar cuánto vuestra presencia ha contribuido al éxito de mi viaje. El mundo árabe y el mundo entero habrán visto, en estos momentos de turbación, a los cristianos y a los musulmanes reunidos para celebrar la paz. Es tradición de Oriente Medio recibir al huésped de paso con consideración y respeto, y vosotros lo habéis hecho. Os lo agradezco a todos. Pero, a la consideración y al respeto, habéis añadido algo más: algo parecido a una de esas famosas especias orientales que enriquecen el sabor de los alimentos: vuestro calor y vuestro corazón, que me han despertado el deseo de volver. Os lo agradezco de manera especial. Que Dios os bendiga por ello.
Durante mi brevísima estancia, cuya razón principal ha sido la firma y la entrega de la Exhortación apostólica Ecclesia in Medio Oriente, he podido encontrar a los diferentes miembros de vuestra sociedad. Ha habido momentos más oficiales y otros más íntimos, momentos de gran densidad religiosa y de oración ferviente, y también otros marcados por el entusiasmo de la juventud. Doy gracias a Dios por estas ocasiones que él ha permitido, por los importantes encuentros que he podido tener, y por la oración de todos por todos los libaneses y el Medio Oriente, cualquiera que sea el origen o la confesión religiosa de cada uno.
En su sabiduría, Salomón llamó a Hirán de Tiro, para que erigiera una casa como morada del Nombre de Dios, un santuario para la eternidad (cf. Si 47,13). Y Hirán, al que ya evoqué a mi llegada, envió madera proveniente de los cedros del Líbano (cf. 1 R 5,22). Paneles de madera de cedro con guirnaldas de flores esculpidas revestían el interior del templo (cf. 1 R 6,18). El Líbano estaba presente en el Santuario de Dios. Que el Líbano de hoy, sus habitantes, pueda seguir estando presente en el santuario de Dios. Que el Líbano continúe siendo un espacio donde los hombres y las mujeres puedan vivir en armonía y en paz los unos con los otros para dar al mundo, no sólo el testimonio de la existencia de Dios, primer tema del pasado Sínodo, sino también el de la comunión entre los hombres, cualquiera que sea su sensibilidad política, comunitaria o religiosa, segundo tema de dicho Sínodo.
Pido a Dios por el Líbano, para que viva en paz y resista con valentía todo lo que pueda destruirla o minarla. Deseo que el Líbano siga permitiendo la pluralidad de las tradiciones religiosas, sin dejarse llevar por la voz de aquellos que se lo quieren impedir. Le deseo que fortalezca la comunión entre todos sus habitantes, cualquiera que sea su comunidad o su religión, rechazando resueltamente todo lo que pueda llevar a la desunión y optando con determinación por la fraternidad. He aquí las flores que agradan a Dios, las virtudes posibles y que convendría consolidar enraizándolas más.
La Virgen María, venerada con tierna devoción por los fieles de las confesiones religiosas aquí presentes, es un modelo seguro para avanzar con esperanza por el camino de una fraternidad vivida y auténtica. El Líbano lo ha entendido bien al proclamar desde hace algún tiempo el 25 de marzo como día festivo, permitiendo así a todos sus habitantes vivir con más serenidad su unidad. Que la Virgen María, cuyos antiguos santuarios son tan numerosos en vuestro país, siga acompañándoos e inspirándoos.
Que Dios bendiga el Líbano y a todos los libaneses. Que no cese de atraerlos a Él para darles parte en su vida eterna. Que los colme de su alegría, de su paz y de su luz. Que Dios bendiga a todo Oriente Medio. Sobre todos y cada uno de vosotros, invoco de corazón la abundancia de las bendiciones divinas. « ?????????? ?????? ???????? » [Que Dios os bendiga a todos].