VATICANO,
Esta mañana, en sus palabras previas al rezo del Ángelus, el Papa Benedicto XVI invitó a todos los fieles a dejarnos nuevamente sorprender por las palabras de Cristo, que siempre debe ser primicia para la humanidad.
“Dejémonos, también nosotros, nuevamente sorprender por las palabras de Cristo: Él, semilla de trigo lanzada en los surcos de la historia, es la primicia de la humanidad nueva, liberada de la corrupción del pecado y de la muerte”, dijo Benedicto XVI ante los miles de peregrinos reunidos en su residencia de verano en Castel Gandolfo.
Además, el Papa invitó a redescubrir “la belleza del Sacramento de la Eucaristía que expresa toda la humildad y la santidad de Dios: su hacerse pequeño –Dios se hace pequeño- parte del universo que quiere reconciliar a todos en su amor”.
Al explicar el Evangelio de este domingo recordó la parte culminante del discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaum, después de que el día anterior diera de comer a miles de personas con sólo cinco panes y dos peces.
Es ahí donde “Jesús revela el sentido de aquel milagro, es decir que el tiempo de las promesas se ha cumplido: Dios Padre, que con el maná sació el hambre de los israelitas en el desierto, ahora lo mandaba a Él, Hijo, como verdadero Pan de vida eterna, y este pan es su carne, su vida, ofrecida en sacrificio por nosotros”, expresó.
El Santo Padre explicó que en la Eucaristía “se trata por lo tanto de acogerlo con fe, no escandalizándose de su humanidad; y se trata de ‘comer su carne y beber su sangre’, para tener en nosotros mismos la plenitud de la vida”.
“Es evidente que este discurso no fue hecho para obtener beneplácitos. Jesús lo sabe y lo pronuncia intencionadamente; y en efecto aquel fue un momento crítico, un vuelco en su misión pública".
El Papa subrayó que "la gente, y los mismos discípulos, eran entusiastas de Él cuando realizaba signos prodigiosos; y también la multiplicación de los panes y de los peces era una clara revelación del Mesías, tanto es así que inmediatamente después la multitud habría querido llevar a Jesús en triunfo y proclamarlo rey de Israel”.
Pero ciertamente ésta “no era la voluntad de Jesús, que con aquel extenso discurso termina con el entusiasmo y provoca muchos desacuerdos. Él, en efecto, explicando la imagen del pan, afirma de haber sido mandado para ofrecer la propia vida, y que, quien quiere seguirlo debe unirse a Él en modo personal y profundo, participando en su sacrificio de amor”.
Benedicto XVI explicó que esta es la razón por la que Jesús, instituiría en la última cena el Sacramento de la Eucaristía, para que así, los discípulos pudiesen tener en sí mismos su caridad, como un único cuerpo unido a Él, prolongar en el mundo su misterio de salvación.
"Escuchando este discurso, la gente comprendió que Jesús no era un Mesías como así querían, que aspirase a un trono terrenal”, sino que “no buscaba el consenso de todos para conquistar Jerusalén, es más, quería ir a la ciudad santa para compartir la suerte de los profetas y dar la vida por Dios y por el pueblo".
El Santo Padre explicó que “aquellos panes, partidos para miles de personas no querían provocar una marcha triunfal, sino preanunciar el sacrificio de la Cruz, en la que Jesús se hace Pan, cuerpo y sangre ofrecidos en expiación por la vida del mundo”, y además, con su discurso pretendía desilusionar a las multitudes y “sobre todo, provocar una decisión en sus discípulos. En efecto, muchos entre estos, a partir de entonces, ya no le siguieron”.
Finalmente, en su saludo a los peregrinos de lengua española, el Santo Padre recordó que el Evangelio de este domingo “nos invita a participar en la vida divina a través del sacramento de la Eucaristía: el banquete que Cristo ha preparado y en el que nos ofrece como alimento su cuerpo y su sangre entregados por nuestra salvación”.
“Acerquémonos con fe y alegría a este misterio y saciemos nuestro alma con el pan de la inmortalidad”, concluyó.
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