LONDRES,
Tras la celebración de la Misa en la Catedral de Westminster, el Papa Benedicto XVI se dirigió a los jóvenes reunidos en el atrio de este templo. A ellos les recordó que toda persona ha nacido para vivir el amor de Dios y que este amor se aprende y se conoce en la oración cotidiana, en el encuentro personal con Cristo.
Al comenzar sus palabras y en medio de un gran ambiente de fiesta marcado por el entusiasmo de los miles de jóvenes presentes, el Santo Padre se refirió al lema de su visita al Reino Unido "El corazón habla al corazón" y pidió a los jóvenes presentes que piensen "en todo el amor que su corazón es capaz de recibir, y en todo el amor que es capaz de ofrecer. Al fin y al cabo, hemos sido creados para amar" y así "encontrar nuestra plena realización en ese amor divino que no conoce principio ni fin".
"Hemos sido creados también para dar amor, para hacer de él la fuente de cuanto realizamos y lo más perdurable de nuestras vidas. A veces esto parece lo más natural, especialmente cuando sentimos la alegría del amor, cuando nuestros corazones rebosan de generosidad, idealismo, deseo de ayudar a los demás y construir un mundo mejor. Pero otras veces constatamos que es difícil amar; nuestro corazón puede endurecerse fácilmente endurecido por el egoísmo, la envidia y el orgullo".
Seguidamente el Papa puso como ejemplo de este amor aprendido de Dios a la Beata Teresa de Calcuta: "éste es el mensaje que hoy quiero compartir con vosotros. Os pido que miréis vuestros corazones cada día para encontrar la fuente del verdadero amor. Jesús está siempre allí, esperando serenamente que permanezcamos junto a Él y escuchemos su voz".
"En lo profundo de vuestro corazón, os llama a dedicarle tiempo en la oración. Pero este tipo de oración, la verdadera oración, requiere disciplina; requiere buscar momentos de silencio cada día. A menudo significa esperar a que el Señor hable. Incluso en medio del ‘ajetreo’ y las presiones de nuestra vida cotidiana, necesitamos espacios de silencio, porque en el silencio encontramos a Dios, y en el silencio descubrimos nuestro verdadero ser".
Benedicto XVI explicó que "al descubrir nuestro verdadero yo, descubrimos la vocación particular a la cual Dios nos llama para la edificación de su Iglesia y la redención de nuestro mundo".