CASTEL GANDOLFO,
El Papa Benedicto XVI reflexionó en su habitual catequesis de la audiencia general de los miércoles sobre la religiosa Santa Hildegarda de Bingen, una abadesa medieval que ejerció el ministerio de la autoridad con sabiduría y mostró siempre una obediencia total a la autoridad eclesiástica.
Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179), llamada la "profetisa teutónica", era hija de una familia noble y numerosa que la entregó al servicio de Dios. Primero como religiosa, luego como abadesa y finalmente como mística, la santa siempre supo vivir la humildad, obediencia y autoridad.
"Este es el signo de una experiencia auténtica del Espíritu Santo, fuente de todo carisma: la persona depositaria de dones sobrenaturales no se vanagloria jamás; no los ostenta y sobre todo demuestra una obediencia total a la autoridad eclesiástica. Todo don distribuido por el Espíritu Santo está destinado efectivamente a la edificación de la Iglesia y la Iglesia a través de sus pastores reconoce su autenticidad", explicó el Pontífice.
Tras recordar la Carta Apostólica de Juan Pablo II "Mulieres dignitatem", publicada en 1988, el Papa aseguró que santa Hildegarda fue una de las “figuras femeninas destacaron por la santidad de su vida y la riqueza de sus enseñanzas” en el Medioevo. “Después de recibir una adecuada formación humana y cristiana por parte de la maestra Jutta de Spanheim, Hildegarda entró en el monasterio benedictino de San Disibodenberg, recibiendo el velo del obispo Otón de Bamberg. En 1136, fue elegida superiora y llevó a cabo esta tarea "sirviéndose de sus dotes de mujer culta, espiritualmente elevada y capaz de afrontar con competencia los aspectos organizativos de la vida claustral", señaló.
Recordó que poco después, debido a las numerosas vocaciones, Hildegarda fundó otra comunidad en Bingen dedicada a San Ruperto, donde transcurrió el resto de su vida. "El estilo con que ejercía el ministerio de la autoridad es ejemplar para toda comunidad religiosa, porque suscitaba una emulación santa en la práctica del bien", explicó.
La santa empezó a dictar sus visiones místicas cuando todavía era superiora del monasterio de San Disibodenberg, a su consejero espiritual, el monje Volmar y a su secretaria, Richardis di Strade. "Como sucede siempre en la vida de los verdaderos místicos, también Hildegarda quiso someterse a la autoridad de personas sabias para discernir el origen de sus visiones, temiendo que fueran fruto de ilusiones y no procedieran de Dios".