ROMA,
El Dr. Patrizio Polisca es, desde el 15 de junio de 2009, el médico personal del Papa Benedicto XVI. Sin embargo su historia al servicio del Sucesor de San Pedro se remonta a 1986, cuando le solicitaron estar de guardia en Castel Gandolfo para asistir a Juan Pablo II. El también nuevo Director de los Servicios de Sanidad del Vaticano relata anécdotas, hechos y dichos de su trabajo con ambos pontífices, y explica que no entiende su vida sin este servicio a la Iglesia que considera el plan de Dios para él.
En la entrevista concedida a L’Osservatore Romano, el sucesor del Dr. Renato Buzzonetti quien fue durante muchos años el "arquiatra" o médico papal, relata cómo durante el tiempo que estuvo al servicio de una congregación de religiosas en Roma, una de las superioras, la madre Caridad, le decía con mucha insistencia y sin darle más explicaciones que debía ir al Vaticano "porque se convertiría en el médico del Papa", algo que no comprendía entonces y que ahora atesora.
Las palabras de la ahora anciana religiosa retirada en Barcelona le sonaron muy fuerte cuando conoció a Juan Pablo II a la edad de 34 años en Castel Gandolfo, como su médico de guardia: "Recuerdo que el Pontífice me miró un poco sorprendido y dijo: ‘¿Tan joven?’. En ese momento me di cuenta de lo que estaba pasando. Estaba delante del Papa. Y estaba allí para él si había necesidad de un médico. Tal vez era muy joven para una responsabilidad tan grande. Pero el rostro de Karol Wojtyla, que sonrió después de esas palabras, me alivió".
"Fue entonces que me volvieron a la mente las palabras de la Madre Caridad: una sensación inolvidable, que incluso hoy me emociona", dijo luego. "Las sentí como una ocasión de crecimiento profesional, madurada en un sentido más agradable, o al menos más cercano a mi sensibilidad cristiana: mi vida profesional siempre ha estado en torno al trabajo realizado con sentido cristiano".
El médico relata luego que no fue sino hasta 1994 que hizo parte oficialmente del servicio de sanidad del Vaticano lo que "me llenaba de alegría y de un nuevo entusiasmo" y cuenta la experiencia de haber acompañado al Papa peregrino a Cuba en 1998, invitación que aceptó "con entusiasmo pero –debo confesarlo– con algo de temor".
De ese primer viaje, relató, "recuerdo con gusto todo momento, casi cada rostro con el que me crucé, los ojos rojos de Fidel Castro, la mirada decidida y serena de Juan Pablo II y su magnetismo ejercido en las multitudes, que me impresionó muchísimo. Más tarde, viviendo las mismas emociones con su sucesor, he entendido que eran estas experiencias junto al Papa las que lograron atraparme".