BUENOS AIRES,
En su homilía dominical en el marco de la fiesta de Santa María del Iguazú, el Obispo de Puerto Iguazú, Mons. Marcelo Martorell, pasó revista a los ataques que sufre la Iglesia actualmente, a la descristiniación de muchos sectores de la sociedad y alertó que esto ha generado como consecuencia que "los mismos hijos de la Iglesia" hayan decidido imponer leyes injustas que ignoran la verdad del ser humano.
En su homilía ante miles de fieles, el Prelado dijo que "son éstos días difíciles para nosotros como Iglesia, pues estamos viviendo tiempos en que la sociedad se ve quebrada y la Iglesia de Dios acosada y denunciada; tiempos en el que muchos no quieren mirar el bien espiritual y social que a lo largo de los siglos la Iglesia ha ido esparciendo en medio de la sociedad".
"Asistimos a circunstancias sociales que expresan un gran odio a Jesucristo y a su Iglesia. Hoy se ataca a la Iglesia tratando de restarle credibilidad", dijo luego y alertó que esto se "hace de tal manera que pareciera que un delito o escándalo es delito y escándalo solamente cuando lo comete un sacerdote, el cual es divulgado una y otra vez por los medios de comunicación hasta convertirse en una obvia ridiculez. Pero que no por ridículo deja de hacer daño a la fe de sus hijos".
En ese sentido, aclaró que "no se trata de negar la existencia de pecado en la Iglesia", porque "el pecado ha existido y existirá debido a nuestra naturaleza proclive al pecado, pero si bien la Iglesia conoce el pecado, también conoce la gracia de la conversión que la lleva a expresar como María en el Magnificat que Dios ha obrado y obra maravillas en el mundo y en su historia, pero sobre todo en el corazón de los hombres, transformándolo y haciéndolo capaz de santidad".
"El Magníficat afronta de un modo simple el problema tan nuevo y tan viejo de la pobreza y la riqueza. Y lo afronta desde la ‘fe’. Existen ciertamente otros modos políticos y sociales de enfrentar el problema, a los cuales la Iglesia prestó siempre su colaboración desde el aporte riquísimo de su fe, una fe que debemos predicar y vivir en el ámbito de la conversión y de la fidelidad a Dios y a la Iglesia misma. Solamente desde esta mirada de fe seremos capaces de apoyar todo bien social y construir los valores cívicos y el ‘Bien Común’ en un servicio desinteresado a los hombres y en especial a los más pobres y humildes".
Tras subrayar lo deseable que sería que "no hubiesen más pobres y que todos estuviéramos saciados", indicó sin embargo que "en los lugares más ricos de la tierra –y sobre todo en estos lugares– la fe y el amor a Dios van despareciendo, porque desaparecen del corazón de estos hombres el sentido humilde de la necesidad de Dios y de su Providencia. Hoy contemplamos con dolor la descristianización de un Occidente que va detrás de la opulencia y el dinero, sin darse cuenta, que todo bien viene de Dios y que el mismo Dios y Señor es el que da y el que quita".