ROMA,
En entrevista concedida a L’Osservatore Romano, el Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, Cardenal Angelo Bagnasco, defiende la libertad religiosa con un acento especial en la controvertida sentencia del tribunal de Estrasburgo sobre la prohibición de los crucifijos, explica el desafío del laicismo como una laicidad mal entendida, habla sobre la reforma en la Iglesia señalada por el Papa Benedicto, así como de la alegría y la responsabilidad de ser sacerdote como fruto del Año Sacerdotal.
Al referirse al primer tema, el del crucifijo, el también Arzobispo de Génova, resaltó que sobre la decisión que debe tomar la corte ante al amparo del gobierno italiano, espera "un poco de buen sentido. Es extraño que incluso hoy, cuando la relación intercultural se hace más exigente, a causa de la creciente movilidad, se pretenda luego censurar una de las matrices fundamentales de la historia de nuestro continente".
"Hacer hipótesis, como han hecho algunos, sobre que el crucifijo niega la laicidad del Estado, que no debería inclinarse hacia ninguna opción religiosa o confesional, significa olvidar que antes del Estado está la gente, existe un humus profundo que identifica el sentir común de gran parte de la población italiana".
Tras señalar que rechazar el crucifijo significa "renunciar también a aquella riqueza de las culturas que se debería tutelar y defender", el Purpurado denuncia que existe actualmente en la sociedad una mal entendida forma de laicidad que es el laicismo.
Este laicismo "ignora el hecho religiosa, si es que no lo excluye explícitamente. Se trata en realidad de una grave amputación del sentido del Estado, que obviamente no tiene competencia en el campo religioso, ni persigue finalidades religiosas, pero debe reconocer, respetar y promover la dimensión religiosa".
"Detrás de la libertad religiosa está la decisiva experiencia de la libertad humana, sin la cual se pone en riesgo no solo la fe, sino incluso la democracia. Detrás de la llamada neutralidad del Estado está presente un prejuicio, que parece no acabar, que el mismo Benedicto XVI desde hace tiempo enfrenta con sus reflexiones: el de sacar a Dios del espacio público, reduciéndolo a una cuestión privada".