ROMA,
En su meditación de esta mañana ante miles de sacerdotes en la Basílica de San Pablo de Extramuros, el Arzobispo de Québec (Canadá), Cardenal Marc Ouellet, señaló que en medio de un mundo que arremete contra el sacerdocio y la Iglesia Católica, los sacerdotes tienen como tarea la necesaria purificación del pecado y el fiel cumplimiento de su misión al servicio de la humanidad.
En su intervención titulada "Cenáculo: Invocación del Espíritu Santo con María, en comunión fraterna", el Purpurado señaló que "hoy asistimos al irrumpir de una oleada de contestación sin precedentes contra la Iglesia y el sacerdocio, tras la revelación de escándalos de los que debemos reconocer la gravedad y reparar con sinceridad las consecuencias".
"Pero más allá de las necesarias purificaciones que se merecen nuestros pecados, es necesario también reconocer en el momento presente una abierta oposición a nuestro servicio de la verdad y de los ataques exteriores e interiores que buscan dividir a la Iglesia. Rezamos juntos por la unidad de la Iglesia y por la santificación de los sacerdotes, estos heraldo de la Buena Nueva de la salvación", agregó.
Tras recordar el servicio incansable del Santo Cura de Ars en medio de una Francia herida, el Arzobispo explicó que los más de 400 mil sacerdotes que hay en todo el mundo deben cumplir su tarea de hacer presente a Cristo en medio de los hombres. "Podemos conversar una viva conciencia de actuar en persona Christi, en la unidad de la persona de Cristo". Sin esto, añadió, "el alimento que ofrecemos a los fieles pierde el gusto del misterio y la sal de nuestra vida sacerdotal se hace insípida".
Tras resaltar la necesidad de una estrecha relación en comunión con el sucesor de San Pedro, el Papa, y con la Virgen María, el Cardenal Ouellet se refirió a la misión del sacerdote, la de ser otro Cristo: "llevamos dentro de nosotros pobres pecadores las heridas de la humanidad afectada por los crímenes, las guerras y las tragedias. Confesamos los pecados del mundo en su crudeza y en su miseria con Jesús crucificado, convencidos de que sólo la gracia y la verdad hacen libres. Confesamos los pecados de la Iglesia, sobre todo los que son motivo de escándalo y alejamiento de la fe y de quienes no creen. Por encima de todo, confesamos Señor, tu Amor y tu misericordia que irradia de tu corazón eucarístico y la absolución de los pecados que damos a los fieles".
Finalmente el Arzobispo invocó al Espíritu Santo con María: "en comunión fraterna, rezamos por la unidad de la Iglesia. El permanente escándalo de la división de los cristianos, las recurrentes tensiones entre clérigos, laicos y religiosos, la laboriosa armonización de los carismas, la urgencia de una nueva evangelización, todas estas realidades llaman sobre la Iglesia y el mundo a un nuevo Pentecostés".