ACI Prensa: ¿Qué le dice a los líderes latinos?
Mons. Gómez: No se intimiden por las verdades de la fe. Son un don de Dios. Dejemos que ellas toquen su corazón y cambien su vida. Deben tener copias del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica y el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Si pasan unos minutos cada día leyendo estos libros y leyendo también el Evangelio, verán un cambio. Verán el mundo y sus propias vidas con nuevos ojos.
"¡Estén orgullosos de su legado! ¡Profundicen su sentido de identidad hispana, las tradiciones y costumbres de nuestros ancestros!", les digo. "Pero ustedes son católicos y ‘católicos’ significa universal. Eso significa que no pueden definirse –y tampoco pueden dejar que la sociedad los defina– solamente en la comunidad hispana, sino en toda área de nuestra cultura y sociedad".
Como líderes católicos e hispanos, debemos reclamar esta cultura para Dios. Ser un líder significa, primero que nada, aceptar a Jesucristo como gobernador de la vida. Todos los mártires de México vivieron –y murieron– con estas palabras en sus labios: ¡Viva Cristo Rey! Para ser verdaderos líderes, el Cristo viviente tiene que ser su rey.
Inmigración
ACI Prensa: ¿Cuál es el rol de la Iglesia en el debate político sobre la inmigración?
Mons. Gómez: La Iglesia no es un partido político o un grupo de interés. No es una tarea primera de la Iglesia pelear en batallas políticas o comprometerse en debates sobre políticas específicas. Esta tarea pertenece a los laicos.
El interés de la Iglesia en la inmigración no es un desarrollo reciente. No aparece como parte de una agenda política o partidaria. No. Es parte de nuestra identidad religiosa original como católicos, como cristianos. Tenemos que defender al inmigrante si queremos ser dignos del nombre católico.
Para los obispos y los sacerdotes, nuestro trabajo como pastores es formar las conciencias de nuestros pueblos, especialmente de aquellos que trabajan en la comunidad empresarial y en el gobierno. Necesitamos poner en nuestra gente un mayor sentido del deber cívico para las reformas, en un sistema que niega la dignidad de muchos.
Si bien tenemos que necesariamente defender los derechos de los inmigrantes, también tenemos que recordarles sus deberes bajo la enseñanza social católica. Entre estas obligaciones está el respeto a las leyes de su nuevo país.
Necesitamos ayudar a asegurarles a estos recién llegados que se conviertan en verdaderos estadounidenses, al tiempo que preservan su distintiva identidad y cultura, en la que la religión, la amistad, la comunidad y la cultura de la vida son valores importantes.
No soy un político. Soy un pastor de almas. Y como pastor creo que la situación que tenemos ahora es mala para las almas de los estadounidenses. Hay mucha rabia. Mucho resentimiento. Demasiado miedo, demasiado odio que se está comiendo a la gente.
En este debate volátil, la Iglesia tiene que ser una voz de compasión, razón y principios morales.
La Iglesia tiene un importante rol que jugar en la promoción del perdón y la reconciliación de este tema. Tenemos que trabajar para que la justicia y la misericordia, no la ira y el resentimiento, sean los motivos detrás de nuestra respuesta a la inmigración ilegal.
ACI Prensa: ¿Cómo deben los católicos responder a la inmigración?
Mons. Gómez: Desafortunadamente el sentimiento anti-inmigrante y anti-hispano es un problema hoy en día, incluso entre nuestros hermanos católicos. No quiero dramatizar demasiado la situación, pero necesitamos ser honestos y reconocer que el prejuicio racial es un factor que está detrás de mucha de nuestra discusión política sobre la inmigración.
En los amargos debates de años recientes, me ha alarmado la indiferencia de tantos de nuestra gente respecto a la enseñanza católica y a las exigencias concretas de la caridad cristiana. No es sólo racismo, xenofobia o la búsqueda de chivos expiatorios. Estos son signos de una realidad más compleja. Muchos de nuestros católicos ya no ven a los extranjeros como hermanos y hermanas viviendo en medio de ellos. Se oye a muchos decir en Estados Unidos y en otros lugares que el inmigrante no es una persona, sino sólo un ladrón o terrorista o un animal para trabajos simples.
No podemos olvidar nunca que Jesús mismo y su familia fueron inmigrantes. Fueron forzados a ir a Egipto por malas políticas de un mal gobierno. Esto sucedió para mostrarnos la solidaridad de Cristo con los refugiados, los desplazados y los inmigrantes, en todo tiempo y lugar.
Todos conocemos estas palabras de Jesús: "porque fui forastero y me acogisteis… así como hicisteis a uno de estos mis hermanos, así hicisteis conmigo" (Mt 25, 35, 40). Necesitamos restaurar la verdad de que el amor de Dios y el amor al prójimo siempre han estado de la mano en la enseñanza –y en la persona– de Jesucristo.
Muchas de estas nuevas leyes sobre inmigración son duras y castigadoras. La ley no puede usarse para asustar a la gente, para invadir sus hogares y centros de trabajo, ni para romper familias. Me gustaría ver una moratoria en legislaciones estatales y locales. Y, como han pedido recientemente los obispos de Estados Unidos, me gustaría ver que terminen las redadas en los centros de trabajo.
El punto final es que mientras los trabajadores puedan ganar más en una hora en Estados Unidos que lo que pueden ganar en un día o una semana en México o cualquier otro lugar de América Latina, seguirán migrando a este país. La inmigración tiene que ver con el derecho de las personas a compartir los bienes que necesitan para asegurar su subsistencia.
Necesitamos encontrar juntos una solución a los asuntos complicados económicos, sociales, de seguridad y legales que se originan con la inmigración.
ACI Prensa: ¿Pero cómo respondería a quienes están molestos por la inmigración ilegal? ¿No deberían ser castigados quienes están en el país ilegalmente?
Mons. Gómez: Mientras reafirmamos los principios morales de la Iglesia, necesitamos ser más sensibles a los temores de las personas. Los que se oponen a la inmigración también son personas de fe. Están asustadas y sus temores son legítimos.
El hecho es que millones de inmigrantes están aquí en flagrante violación a la ley de Estados Unidos. Esto hace que los estadounidenses que respetan la ley estén enojados. Y deben estarlo.
Tenemos que asegurarnos de que nuestras leyes sean justas y comprensibles. Al mismo tiempo, tenemos que insistir en que nuestras leyes deben ser respetadas y fortalecidas. Quienes violan nuestras leyes tienen que ser castigados.
La pregunta es entonces ¿cómo? ¿Qué castigos son adecuados y justos? Creo que, desde un punto de vista moral, nos vemos forzados a concluir que la deportación de los inmigrantes que violan nuestras leyes es una sanción excesivamente severa.
Ahora, esto no significa que no debemos fortalecer nuestras leyes. Significa que necesitamos encontrar sanciones más adecuadas. Sugeriría el servicio comunitario intensivo, a largo plazo, lo que sería una solución bastante más constructiva que la deportación. Esto construiría comunidades en vez de destruirlas. Y serviría para integrar mejor a los inmigrantes en el tejido social y moral de Estados Unidos.
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