21 de noviembre de 2024 Donar
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Unidad es “tarjeta de presentación”de la Iglesia, explica el Papa en Pentecostés

En la Misa que presidió hoy por la solemnidad de Pentecostés, el Papa Benedicto XVI explicó que “la unidad es el signo de reconocimiento, la 'tarjeta de presentación' de la Iglesia en el curso de su historia universal”.

En la Basílica de San Pedro, el Santo Padre indicó que “desde el inicio, desde el día de Pentecostés ella (la Iglesia) habla todas las lenguas. La Iglesia universal precede a las iglesias particulares, y estas deben siempre conformarse a aquella, según un criterio de unidad y de universalidad. La Iglesia no permanece jamás prisionera de los confines políticos, raciales y culturales; no se puede confundir con los Estados ni tampoco con las Federaciones de Estados, porque su unidad es de género diverso y aspira a atravesar todas las fronteras humanas”.

El Pontífice señaló que la invocación de la Iglesia “Ven Espíritu Santo”es “tan simple e inmediata, pero a la vez extraordinariamente profunda, que brota primero de todo, del corazón de Cristo. El Espíritu, de hecho, es el don que Jesús ha pedido y continuamente pide al Padre para sus amigos; es el primer y principal don que nos ha obtenido con su Resurrección y Ascensión al Cielo”.

Según el Papa, la presencia del Espíritu Santo “donde hay laceraciones y donde son extraños entre sí, crea unidad y comprensión”, accionando “un proceso de reunificación entre las partes de la familia humana, divididas y dispersas; las personas, muchas veces reducidas a individuos en competición o en conflicto entre ellos, alcanzadas del Espíritu de Cristo, se abren a la experiencia de la comunión, que puede involucrarlos a un punto tal de hacer de ellos un nuevo organismo; un nuevo sujeto: la Iglesia. Este es el efecto de la obra de Dios: La unidad”.

“De esto, queridos hermanos, deriva un criterio práctico de discernimiento para la vida cristiana: cuando una persona, o una comunidad, se cierra en el propio modo de pensar y de obrar, es signo de que se ha alejado del Espíritu Santo. El camino de los cristianos y de las Iglesias particulares debe siempre confrontarse con aquel de la Iglesia una y católica, y armonizarse con él”, indicó.

Precisó que “esto no significa que la unidad creada del Espíritu Santo sea una especie de igualitarismo” sino que “se manifiesta en la pluralidad de la comprensión. La Iglesia es en su naturaleza una y múltiple, destinada como es a vivir en todas las naciones, todos los pueblos, y en los mas diversos contextos sociales”.

“Siempre y en cada lugar la Iglesia debe ser verdaderamente católica y universal, la casa de todos que cada uno siente suya”, permaneciendo “autónoma de cada Estado y de cada cultura particular”, agregó.

Asimismo, explicó que “el fuego de Dios, el fuego del Espíritu Santo”, es una “llama que arde, pero no destruye; que, por el contario, ardiendo hace emerger la parte mejor y más verdadera del hombre, como en una fusión hace sobresalir su forma interior, su vocación a la verdad y al amor”.

“Esta llama opera una transformación, y por esto debe consumir alguna cosa en el hombre: las escorias que lo corrompen y los obstáculos en su relación con Dios y con el prójimo. Pero este efecto del fuego divino nos asusta. Tenemos miedo de ser 'quemados'. Preferiríamos permanecer así como somos. Esto depende del hecho de que muchas veces nuestra vida es planeada según la lógica del tener, del poseer y no del donarse”, afirmó.

El Papa sostuvo que “muchas personas creen en Dios y admiran la figura de Jesucristo, pero cuando se les pide perder alguna cosa de si mismos, entonces, se echan atrás, tienen miedo de las exigencias de la fe. Está el temor de tener que renunciar a alguna cosa bella, a la que estamos apegados; el temor de que seguir a Cristo nos prive de la libertad, de ciertas experiencias, de una parte de nosotros mismos. Por una parte queremos estar con Jesús, seguirlo de cerca, y por otra parte tenemos miedo de las exigencias que eso comporta”.

El Papa pidió a los fieles “saber reconocer que perder alguna cosa, es más, a nosotros mismos por el verdadero Dios, el Dios del amor y de la vida, es en realidad ganar, reencontrarse más plenamente. Quien se confía a Jesús experimenta ya en esta vida la paz y la gloria del corazón, que el mundo no puede dar, y no puede tampoco quitar, una vez que Dios nos las ha donado”.

“Sabemos sobre todo que esta llama - y solo ella- tiene el poder de salvarnos. No queremos, por defender nuestra vida, perder aquella eterna que Dios nos quiere dar. Tenemos necesidad del fuego del Espíritu Santo, porque solo el amor redime”, concluyó.

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