VATICANO,
Al presidir este mediodía (hora local) el rezo del Ángelus dominical en la Plaza de San Pedro, el Papa Benedicto XVI reflexionó sobre el Evangelio de hoy que presenta la parábola del hijo pródigo y explicó que "solo experimentando el perdón, reconociéndose amados por un amor gratuito, más grande que nuestra miseria, e incluso que nuestra justicia, entramos finalmente en una relación verdaderamente filial y libre con Dios".
Al iniciar su reflexión previa al Ángelus en este cuarto Domingo de Cuaresma, el Santo Padre cuestionó: "¿qué cosa sería de nuestra cultura, el arte y más en general de nuestra civilización sin esta revelación de un Dios Padre lleno de misericordia? La parábola no deja nunca de conmovernos y cada vez que la escuchamos o la leemos es capaz de sugerirnos siempre nuevos significados".
Benedicto XVI indicó que "este texto evangélico tiene el poder de hablarnos de Dios, de hacernos conocer su rostro, mejor incluso, su corazón. Luego que Jesús nos ha hablado del Padre misericordioso, las cosas ya no son como antes, ahora a Dios lo conocemos. Él es nuestro Padre, que por amor nos ha creado libres y nos ha dotado de conciencia, que sufre si nos perdemos y que hace fiesta si regresamos".
Por ello, continuó el Papa, "la relación con Él se construye a través de una historia, análogamente a lo que sucede con cada hijo y sus propios padres: al inicio depende de ellos, luego reivindica su propia autonomía; y al final –si hay un desarrollo positivo– llega a una relación madura, basada en el reconocimiento y en el amor auténtico".
"En estas etapas podemos leer también momentos del camino del hombre en la relación con Dios. Puede haber una fase que es como la infancia: una religión marcada por la necesidad, la dependencia. Poco a poco el hombre crece y se emancipa, quiere liberarse de esta sumisión y hacerse libre, adulto, capaz de regularse por sí mismo y hacer sus propias opciones de modo autónomo, pensando incluso en poder prescindir de Dios".
El Santo Padre aseguró luego que "esta fase, preciso, es delicada, puede llevar al ateísmo, pero también esto, a menudo, esconde la exigencia de descubrir el verdadero rostro de Dios. Para nuestra fortuna, Dios nunca deja su fidelidad, y aunque nos alejemos o nos perdamos, sigue con su amor, perdonando nuestros errores y hablando interiormente a nuestra conciencia para reclamarnos para sí".