VATICANO,
En la Misa de Miércoles de Ceniza que presidió en la Basílica de Santa Sabina en Roma, el Papa Benedicto XVI explicó que el primer acto de justicia que toda persona debe realizar es "reconocer la propia iniquidad", para así comenzar su camino de conversión hacia Cristo, especialmente en este tiempo de Cuaresma.
Al iniciar su homilía, el Santo Padre resaltó que Dios tiene para el hombre "una indulgencia infinita, animada por una constante y universal voluntad de vida. En efecto, perdonar a alguien equivale a decirle: no quiero que mueras sino que vivas, por encima de todo quiero tu bien".
Ésta, continuó el Papa, es la "absoluta certeza que sostuvo a Jesús en sus cuarenta días en el desierto de Judea, luego del bautismo recibido de Juan en el Jordán. Aquel largo tiempo de silencio y ayuno fue para Él un abandonarse completamente al Padre y su designio de amor, fue eso mismo un ‘bautismo’, es decir una ‘inmersión’ en su voluntad, y en este sentido un anticipo de la Pasión y de la Cruz".
Tras explicar que Jesús vence las tentaciones del demonio con la fuerza del Amor en un puro acto de humildad, Benedicto XVI explicó que estos 40 días y su misma entrega en la cruz "los ha hecho para salvarnos, y al mismo tiempo para mostrarnos el camino por donde seguirlo. La salvación es un don, una gracia de Dios, pero para que tenga efecto en mi existencia exige mi asentimiento, una acogida que se muestre en los hechos, es decir en la voluntad de vivir como Jesús, de caminar tras Él".
El Papa dijo luego que en la Cuaresma los católicos necesitan renovar su compromiso de seguir siempre al Señor. "En esta perspectiva se comprende también el signo penitencial de las cenizas, que son impuestas en la cabeza de quienes comienzan con buena voluntad el itinerario cuaresmal. Es esencialmente un gesto de humildad, que significa: me reconozco por lo que soy, una criatura frágil, hecha de tierra y destinada a la tierra, pero hecha también a imagen de Dios y destinada a Él".
"Polvo, sí, pero amado, plasmado por su amor, animado por su soplo vital, capaz de reconocer su voz y responderle, libre, y por ello, capaz también de desobedecerle, cediendo a las tentaciones del orgullo y la autosuficiencia", dijo luego Benedicto XVI.