VATICANO,
En la Audiencia General de este miércoles en el Aula Pablo VI, el Papa Benedicto XVI señaló que "iniciamos hoy, Miércoles de Ceniza, el camino cuaresmal, que dura cuarenta días y que nos conduce a la alegría de la Pascua del Señor" y explicó que este tiempo es un especial camino de conversión a Cristo que "es el camino por el que todos estamos llamados a caminar en la vida".
Recordando la fórmula "Convertíos y creed en el Evangelio" de la imposición de las cenizas, el Santo Padre afirmó que "convertirse significa cambiar dirección en el camino de la vida. Es ir contracorriente, donde la ‘corriente’ es el estilo de vida superficial, incoherente e ilusoria, que a menudo nos arrastra, nos domina y nos hace esclavos del mal o prisioneros de la mediocridad moral".
Sin embargo, prosiguió, "con la conversión se tiende a la medida más alta de la vida cristiana, se confía en el Evangelio vivo y personal, que es Jesucristo. Su persona es la meta final y el sentido profundo de la conversión, es el camino por el que todos estamos llamados a caminar en la vida, dejándonos iluminar por su luz y sostener por su fuerza que mueve nuestros pasos".
"El ‘convertíos y creed en el Evangelio’ no está solo en el inicio de la vida cristiana, sino que acompaña todos sus pasos, se renueva y difunde en todas sus expresiones. Cada día es momento favorable y de gracia, también cuando no faltan las dificultades y la fatiga, las caídas, cuando tenemos la tentación de abandonar el camino del seguimiento de Cristo y de cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro egoísmo, sin darnos cuenta de la necesidad que tenemos de abrirnos al amor de Dios en Cristo, para vivir la misma lógica de justicia y de amor".
Benedicto XVI subrayó que "frente al miedo innato del fin, y sobre todo en el contexto de una cultura que tiende en tantos modos a censurar la realidad y la experiencia humana de la muerte, la liturgia cuaresmal nos recuerda, por un lado, la muerte, invitándonos al realismo y a la sabiduría, pero por otro, nos impulsa sobre todo a acoger y a vivir la novedad inesperada que la fe cristiana desvela en la realidad de la misma muerte".
"El ser humano es polvo y al polvo volverá, pero es polvo precioso a los ojos de Dios, porque Él ha creado al hombre destinándolo a la inmortalidad. También el Señor Jesús quiso compartir libremente con cada hombre la fragilidad, en particular a través de su muerte en la cruz; pero precisamente esta muerte, llena de su amor por el Padre y por la humanidad, ha sido la vía para la resurrección gloriosa, por medio de la cual Cristo se ha convertido en fuente de una gracia dada a cuantos creen en Él y participan de su misma vida divina".