VATICANO,
El domingo 17 de enero por la tarde el Papa Benedicto XVI visitó a la comunidad judía de Roma en la sinagoga de la ciudad y en su discurso resaltó la importancia de que ambas comunidades trabajen juntas por testimoniar la centralidad de Dios en la vida del hombre, la sacralidad de la vida humana y la importancia de la familia.
El Santo Padre fue recibido por Riccardo Pacifici, Presidente de la comunidad judía de Roma y por Renzo Gattegna, Presidente de las comunidades judías italianas. A la puerta de la Sinagoga lo recibió Riccardo Di Segni, Rabino de Roma, con quien ingresó en el templo.Al iniciar su discurso el Papa recordó la primera visita del Venerable Juan Pablo II y afirmó que la visita actual se “inserta en el camino trazado para confirmarlo y reforzarlo. Con sentimientos de viva cordialidad me encuentro en medio de vosotros para manifestaros la estima y el afecto que el Obispo y la Iglesia de Roma, como la totalidad de la Iglesia Católica, nutren por esta comunidad y las comunidades judías en todo el mundo”.
Seguidamente el Santo Padre hizo un recorrido histórica de la relación entre católicos y judíos, partiendo desde el Concilio Vaticano II hasta sus recientes viajes a Tierra Santa y los tantos encuentros que ha realizado con comunidades y organizaciones judías. Especialmente enfatizó la oración ante el Muro del templo de Jerusalén de Juan Pablo II en marzo del 2000.
A continuación el Pontífice hizo un breve análisis sobre nuestros tiempos: “época verdaderamente trágica para la humanidad: guerras sangrientas que han sembrado destrucción, muerte y dolor como nunca antes se había dado; terribles ideologías que han tenido en su origen la idolatría del hombre, de la raza, del estado y que han llevado, una vez más, a que un hermano asesine a su hermano”. Hizo así mismo una referencia a cuanto sucedió en Auschwitz condenando la indiferencia por parte de muchos.
“Lamentablemente muchos permanecieron indiferentes, pero muchos, también entre Católicos italianos, sostenidos por la fe y por la enseñanza cristiana, reaccionaron con valor, abriendo los brazos para socorrer a los judíos que escapaban, corriendo así mismo el riesgo de perder la propia vida y meritando gracias perennes. También la Sede Apostólica realizó una acción de socorro, sobre todo escondida y discreta”.
“Nuestra cercanía y fraternidad espiritual –prosiguió- encuentran en la Sagrada Biblia el fundamento más sólido y perenne, en base al cual somos puestos frente a nuestras raíces comunes, a la historia y al rico patrimonio espiritual que compartimos”.
A continuación el Papa resaltó algunas realidad que derivan de la común herencia de la Ley y de los Profetas por parte de católicos y judíos: “la solidaridad que vincula la Iglesia y el pueblo judío; la centralidad del decálogo como común mensaje ético de valor perenne para Israel, la Iglesia, los no creyentes y toda la humanidad; el compromiso para preparar o realizar el Reino del Altísimo en el cuidado de la creación”.
“En particular –continuó- el Decálogo constituye la antorcha de la ética de la esperanza y del diálogo, estrella polar de la fe y de la moral del pueblo de Dios que ilumina y guía también el camino de los cristianos. Este es un faro y una norma de vida en la justicia y en el amor”.
El Santo Padre profundizó sobre algunos de los mandamientos. Concretamente recordó como el Decálogo nos pide “reconocer al único Señor contra la tentación de construirse otros ídolos. Muchos en nuestro mundo no conocen a Dios o lo consideran algo superficial, sin relevancia para la vida”.
“Las ‘Diez palabras’ –agregó- piden el respeto, la protección de la vida, contra toda injusticia y abuso, reconociendo el valor de cada persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. … Piden conservar y promover la santidad de la familia, en la que el ‘sí’ personal y recíproco, fiel y definitivo del hombre y de la mujer, abre el espacio hacia el futuro, para la auténtica humanidad de cada uno y se abre al mismo tiempo al don de una vida nueva”.
También hizo notar que en el fondo todos los mandamientos se resumen en el amor de Dios y en la misericordia hacia el prójimo: “Tal regla empeña a judíos y cristianos a ejercitar, en nuestro tiempo, una especial generosidad hacia los pobres, las mujeres, los niños, los extranjeros, los enfermos, los débiles, los necesitados. Con el ejercicio de la justicia y de la misericordia, judíos y cristianos están llamados a anunciar y a dar testimonio del Reino del Altísimo que viene y por el cual oramos y trabajamos cada día en la esperanza”.
“Toca a nosotros –concluyó el Papa- respondiendo al llamado de Dios, trabajar para que permanezca siempre abierto el espacio del diálogo, del recíproco respeto, del crecimiento en la amistad, del común testimonio frente a los desafíos de nuestro tiempo que nos invitan a cooperar por el bien de la humanidad en este mundo creado por Dios”.
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