VATICANO,
Al encontrarse esta mañana con 260 artistas provenientes de los cinco continentes en la Capilla Sixtina en el Vaticano, el Papa Benedicto XVI los alentó a hablarle al corazón de la humanidad a través de la verdadera belleza del arte que lleva a Dios y ser así “anunciadores y testimonio de la esperanza” para todos los hombres.
En su extenso y muy profundo discurso, que se enmarca en el décimo aniversario de la Carta de Juan Pablo II a los artistas escrita en abril de 1999 y el 45º aniversario del encuentro que Pablo VI sostuviera con los artistas en mayo de 1964, el Santo Padre resaltó que “con este encuentro deseo expresar y renovar la amistad de la Iglesia con el mundo del arte, una amistad consolidada en el tiempo, ya que el Cristianismo, desde sus orígenes, ha comprendido bien el valor del arte y ha utilizado sabiamente sus multiformes lenguajes para comunicar su inmutable mensaje de salvación”.
Tras recordar que fue en la Capilla Sixtina donde “he vivido, con absoluta trepidación y absoluta fe en el Señor, el momento inolvidable de mi elección como Sucesor del Apóstol Pedro”, el Papa explicó el simbolismo del fresco de Miguel Ángel, El Juicio Final, pintado en la Capilla Sixtina, con el que “ofrece a nuestra visión el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin de la historia, y nos invita a recorrer con alegría, valor y esperanza el itinerario de la vida. La dramática belleza de la pintura de Miguel Ángel, con sus colores y formas, se hace así anuncio de esperanza, invitación potente a elevar la mirada hacia el horizonte último”.
Ante los males actuales del mundo, cuestionó Benedicto XVI, “¿qué cosa puede generar entusiasmo y confianza, qué cosa puede alentar el ánimo humano a reencontrar el camino, a alzar la mirada sobre el horizonte, a soñar una vida digna de su vocación si no es la belleza?”
“Ustedes saben bien, queridos artistas, que la experiencia de lo bello, de lo auténticamente bello, no es efímera ni superficial, no es una cosa accesoria o secundaria en la búsqueda del sentido último y la felicidad, porque tal experiencia no aleja de la realidad, sino que al contrario, lleva a una relación estrecha con la vivencia cotidiana, para liberarla de la oscuridad y transfigurarla, para hacerla luminosa, bella”.
El Santo Padre alertó luego sobre un mal de nuestro tiempo: “con frecuencia la belleza es presentada como ilusa y mendaz, superficial y deslumbrante hasta el aturdimiento; y en vez de hacerlo salir al hombre de sí y abrirlo a horizontes de verdadera libertad llevándolo a lo alto, lo aprisiona en sí mismo y lo hace más esclavo, privado de la esperanza y la alegría”.