VATICANO,
En la Audiencia General de hoy, el Papa Benedicto XVI habló de San Anselmo, a quien puso como ejemplo del amor que todo fiel debe tener a la Iglesia y que debe expresarse de tal modo que nunca la abandone ni la traicione.
En su habitual catequesis, el Santo Padre relató que este Santo, llamado también Anselmo de Aosta, Anselmo de Bec y Anselmo de Canterbury, nació en Aosta (Italia) en 1033. Primogénito de una familia noble, recibió de su madre una profunda educación humana y cristiana. Durante su juventud, tras un período de abandono de los estudios y de disipación moral, viajó a Francia en busca de nuevas experiencias y llegó a la abadía de Bec, atraído por la fama de Lanfranco de Pavía, prior del monasterio.
Este Santo pasó luego a ser el discípulo privilegiado de Lanfranco y abrazó la vida monástica a los 27 años.
A los 30 años de edad y tras el nombramiento de Lanfranco como abad de Caen, Anselmo se convirtió en prior de Bec, revelando "dotes de educador refinado". "No le gustaban los métodos autoritarios: comparaba a los jóvenes con pequeñas plantas que crecen mejor si no se las cierra en invernaderos y les concedía una sana libertad. Era muy exigente consigo mismo y con los demás en la observancia monástica, pero en lugar de imponer la disciplina hacía que se siguiera mediante la persuasión", aseguró el Papa.
Cuando Lanfranco de Pavía es nombrado Arzobispo de Canterbury (Inglaterra) pide a Anselmo que le ayude en la instrucción de los monjes y con la comunidad eclesial, que se encontraba en una situación muy difícil debido a las invasiones normandas.
A la muerte de Lanfranco, Anselmo le sucede en esa sede arzobispal en 1093. El Santo "se empeñó inmediatamente en una lucha enérgica por la libertad de la Iglesia, sosteniendo con valor la independencia del poder espiritual del temporal" y "defendió a la Iglesia de las ingerencias indebidas de las autoridades políticas, sobre todo del rey Guillermo el Rojo y de Enrique I". Su fidelidad al Papa le costó el exilio en 1103.