El Obispo de Zárate-Campana, Mons. Oscar Sarlinga, explicó a los feligreses que “sin el efecto de un Pentecostés perdurable en la Iglesia, esta última no sería sino una organización meramente humana, una estructuración sin alma”.
Ante la solemnidad de pentecostés, el Obispo publicó un mensaje pastoral en el que se refiere a esta celebración como “un llamado renovado a evangelizar, con un solo corazón y una sola alma, deponiendo todo muro de división”.
“Con el gran acontecimiento de Pentecostés, de inicio de la misión de la Iglesia en la unidad querida por Cristo, el Espíritu Santo irrumpe suavemente en la primera comunidad cristiana, con Pedro a la cabeza, y supera infinitamente la ruptura y dispersión iniciadas por Babel, causantes de la confusión de los corazones. Pentecostés se transforma, así, para la Iglesia ya fundada y naciente, en el signo de comunión y de amor divino más fuerte que las divisiones provocadas por el pecado y todas las consecuencias del pecado, más fuerte que las estructuras de pecado o pecado estructural, que existe también en el mundo de hoy”, explicó el Obispo.
Asimismo, reiteró que “Pentecostés le da el alma a la Iglesia, y la fuerza de su misión” y sostiene que sin él, “las celebraciones litúrgicas no serían sino ‘espectáculos de temática religiosa’. Pero el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, que le fue insuflada con el Viento y el Fuego en el Cenáculo, de tal modo que la misma Iglesia debe ‘convertirse’ cada día, cada instante, en lo que ella misma es, el Cuerpo de Cristo y el Pueblo de Dios que vive en la historia”.
Tras recordar que “la Iglesia comenzó su misión y colaboración con el Espíritu, misión en la cual muestra 'la sacramentalidad' que le atribuye el Concilio Vaticano II”, precisó que todos los carismas, “la misión que cada uno ha recibido en la Iglesia, el sentido de aquello para lo cual hemos sido llamados, bebe en las fuentes de esta 'sacramentalidad', la que da a la Iglesia Una Santa Católica y Apostólica el vigor y los carismas para operar visiblemente en toda la familia humana”.
“Pentecostés es para nosotros ocasión de renovar el carisma recibido, la gracia de nuestro Bautismo y de nuestro llamado, sea el que fuere, en el concierto del Don de la vocación cristiana. Y es un llamado renovado a evangelizar, con un solo corazón y una sola alma, deponiendo todo muro de división, dar testimonio viviente de la resurrección gloriosa del Señor”, concluyó.