SYDNEY,
En un intenso discurso dirigido a las casi 500 mil personas que estaban reunidas en la Bahía de Sydney para participar de la Fiesta de Acogida a los Jóvenes, el Papa Benedicto XVI explicó cómo dentro de la maravilla de la creación, existen profundas heridas que afectan al ser humano y que distorsionan su esencia más profunda.
Tras saludar a los presentes y recordar como, imitando el anuncio de Cristo de los Apóstoles, muchos hombres y mujeres han llevado el Evangelio hasta tierras lejanas como Australia para inspirar a nuevas generaciones, el Santo Padre dijo que "hoy me toca a mí. Para algunos puede parecer que, viniendo aquí, hemos llegado al fin del mundo. Ciertamente, para los de vuestra edad cualquier viaje en avión es una perspectiva excitante. Pero para mí, este vuelo ha sido en cierta medida motivo de aprensión".
Luego de explicar que " la vista de nuestro planeta desde lo alto ha sido verdaderamente magnífica" con lo que el Pontífice dio a conocer que su discurso lo preparó en Australia, Benedicto XVI comentó cómo "el relampagueo del Mediterráneo, la magnificencia del desierto norteafricano, la exuberante selva de Asia, la inmensidad del océano Pacífico, el horizonte sobre el que surge y se pone el sol, el majestuoso esplendor de la belleza natural de Australia, todo eso que he podido disfrutar durante dos días, suscita un profundo sentido de temor reverencial".
Luego de subrayar como en medio de la creación, al centro de ella están los seres humanos que "llegamos a admitir que también hay heridas que marcan la superficie de la tierra: la erosión, la deforestación, el derroche de los recursos minerales y marinos para alimentar un consumismo insaciable".
Ante esta realidad, prosiguió el Santo Padre, ha de recordarse al hombre: "vemos cada día los logros del ingenio humano. La calidad y la satisfacción de la vida de la gente crecen constantemente de muchas maneras, tanto a causa del progreso de las ciencias médicas y de la aplicación hábil de la tecnología como de la creatividad plasmada en el arte".
Benedicto XVI resaltó luego que "todos nosotros, jóvenes y ancianos, tenemos momentos en los que la bondad innata de la persona humana –perceptible tal vez en el gesto de un niño pequeño o en la disponibilidad de un adulto para perdonar– nos llena de profunda alegría y gratitud. Sin embargo, estos momentos no duran mucho. Por eso, hemos de reflexionar algo más".