BUENOS AIRES,
El Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Jorge Mario Bergoglio, exhortó a los sacerdotes a orar con parresía, es decir con el mismo "coraje y fervor de nuestra acción apostólica", y hacerlo con "toda nuestra insistencia hasta el límite".
En su Carta a los sacerdotes, consagrados y consagradas de la Arquidiócesis de Buenos Aires fechada el 29 de julio, el Purpurado indicó que "nuestra conciencia de ser elegidos por el Señor para la consagración o el ministerio nos debe alejar de toda indiferencia, de cualquier comodidad o interés personal en la lucha en favor de ese pueblo del que nos sacaron y al que somos enviados a servir. Como Abraham hemos de regatearle a Dios su salvación con verdadero coraje".
"Me imagino que el pobre Abraham se asustó mucho cuando Dios le dijo que iba a destruir a Sodoma", prosiguió el Cardenal quien pasó luego a explicar cómo es que al interceder por este pueblo, pidió una y otra vez: "No se queda tranquilo con un pedido, siente que debe interceder para salvar la situación, percibe que ha de luchar con Dios, entrar en una pulseada palmo a palmo".
"Su intercesión es corajuda aun a riesgo de irritar al Señor. Es el coraje de la verdadera intercesión", añadió el Arzobispo quien después subrayó que ésta actitud "no es para flojos. No rezamos para ‘cumplir’ y quedar bien con nuestra conciencia o para gozar de una armonía interior meramente estética. Cuando oramos estamos luchando por nuestro pueblo".
Seguidamente recordó que "todos somos conscientes de la dimensión pagana de la cultura que vivimos, una cosmovisión que debilita nuestras certezas y nuestra fe" y cómo "se deforma y manipula la imagen de la Iglesia por la desinformación, la difamación y la calumnia y cómo a los pecados y falencias de sus hijos se los ventila con preferencia en los medios de comunicación como prueba de que Ella nada bueno tiene que ofrecer".
Continuando con esa reflexión, el Purpurado advirtió que "al final de día algunas veces solemos llegar maltrechos y, sin darnos cuenta, se nos filtra en el corazón un cierto pesimismo difuso que nos abroquela en ‘cuarteles de retirada’ y nos unge con una psicología de derrotados que nos reduce a un repliegue defensivo. Allí se nos arruga el alma y asoma la pusilanimidad".