APARECIDA,
En una intensa y multitudinaria Eucaristía, el Papa Benedicto XVI señaló, hablando en español, que el tesoro y patrimonio más valioso de América Latina es “la fe en Dios Amor, que reveló su rostro en Jesucristo”, durante la homilía de la Misa de inauguración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe que se celebrará en esta ciudad hasta el 31 de mayo.
“Vosotros creéis en el Dios Amor: ésta es vuestra fuerza que vence al mundo, la alegría que nada ni nadie os podrá arrebatar, ¡la paz que Cristo conquistó para vosotros con su Cruz! Ésta es la fe que hizo de Latinoamérica el Continente de la Esperanza. No es una ideología política, ni un movimiento social, como tampoco un sistema económico; es la fe en Dios Amor, encarnado, muerto y resucitado en Jesucristo, el auténtico fundamento de esta esperanza que produjo frutos tan magníficos desde la primera evangelización hasta hoy”, precisó el Papa.
Para sustentar esta afirmación, el Pontífice se refirió a la “serie de santos y beatos que el Espíritu suscitó a lo largo y ancho de este Continente. El Papa Juan Pablo II os convocó para una nueva evangelización, y vosotros respondisteis a su llamado con la generosidad y el compromiso que os caracterizan. Yo os lo confirmo y, con palabras de esta Quinta Conferencia, os digo: sed discípulos fieles, para ser misioneros valientes y eficaces”.
Al hablar de la segunda lectura del libro del Apocalipsis, el Papa destacó que “la gloria de Dios es el Amor; por tanto la Jerusalén celeste es ícono de la Iglesia entera, santa y gloriosa, sin mancha ni arruga (Ef 5,27), iluminada en el centro y en todas partes por la presencia de Dios-Caridad. Es llamada ‘novia’, ‘la esposa del Cordero’ (Ap 20,9), porque en ella se realiza la figura nupcial que encontramos desde el principio hasta el fin en la revelación bíblica. La Ciudad-Esposa es patria de la plena comunión de Dios con los hombres; ella no necesita templo alguno ni ninguna fuente externa de luz, porque la presencia de Dios y del Cordero es inmanente y la ilumina desde dentro”.
“Este ícono estupendo tiene un valor escatológico: expresa el misterio de belleza que ya constituye la forma de la Iglesia, aunque aún no haya alcanzado su plenitud. Es la meta de nuestra peregrinación, la patria que nos espera y por la cual suspiramos. Verla con los ojos de la fe, contemplarla y desearla, no debe ser motivo de evasión de la realidad histórica en que vive la Iglesia compartiendo las alegrías y las esperanzas, los dolores y las angustias de la humanidad contemporánea, especialmente de los más pobres y de los que sufren”.
“Si la belleza de la Jerusalén celeste es la gloria de Dios, o sea, su amor, es precisamente y solamente en la caridad cómo podemos acercarnos a ella y, en cierto modo, habitar en ella. Quien ama al Señor Jesús y observa su palabra experimenta ya en este mundo la misteriosa presencia de Dios Uno y Trino, como hemos escuchado en el Evangelio: “Vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23). Por eso, todo cristiano está llamado a ser piedra viva de esta maravillosa “morada de Dios con los hombres”.¡Qué magnífica vocación!”, dijo el Papa.