VATICANO,
Ante miles de feligreses reunidos en la Plaza de San Pedro tras la Misa de Pascua, el Papa Benedicto XVI ofreció este mediodía desde el balcón principal de la Basílica Vaticana el tradicional y emotivo mensaje y bendición Urbi et Orbi en el que exhortó a los cristianos a dar a la humanidad un testimonio renovado de la resurrección de Cristo.
“¡Cristo ha resucitado! ¡Paz a vosotros! Se celebra hoy el gran misterio, fundamento de la fe y de la esperanza cristiana: Jesús de Nazaret, el Crucificado, ha resucitado de entre los muertos al tercer día, según las Escrituras. ‘¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado!’”, dijo el Santo Padre al inicio de su mensaje transmitido al menos por 108 cadenas de televisión en 67 países del mundo.
Citando la experiencia del apóstol Tomás, el Pontífice exhortó a renovar la profesión de fe que éste hiciera ante Jesús resucitado y destacó que "la humanidad actual espera de los cristianos un testimonio renovado de la resurrección de Cristo; necesita encontrarlo y poder conocerlo como verdadero Dios y verdadero Hombre”.
“Si en este Apóstol –continuó- podemos encontrar las dudas y las incertidumbres de muchos cristianos de hoy, los miedos y las desilusiones de innumerables contemporáneos nuestros, con él podemos redescubrir también con renovada convicción la fe en Cristo muerto y resucitado por nosotros. Esta fe, transmitida a lo largo de los siglos por los sucesores de los Apóstoles, continúa, porque el Señor resucitado ya no muere más. Él vive en la Iglesia y la guía firmemente hacia el cumplimiento de su designio eterno de salvación”.
Al referirse a la experiencia personal de la incredulidad reconoció que cada uno puede “ser tentado por la incredulidad de Tomás. ¿El dolor, el mal, las injusticias, la muerte, especialmente cuando afectan a los inocentes - por ejemplo, los niños víctimas de la guerra y del terrorismo, de las enfermedades y del hambre-, ¿no someten quizás nuestra fe a dura prueba?”.
“No obstante, -agregó- justo en estos casos, la incredulidad de Tomás nos resulta paradójicamente útil y preciosa, porque nos ayuda a purificar toda concepción falsa de Dios y nos lleva a descubrir su rostro auténtico: el rostro de un Dios que, en Cristo, ha cargado con las llagas de la humanidad herida. Tomás ha recibido del Señor y, a su vez, ha transmitido a la Iglesia el don de una fe probada por la pasión y muerte de Jesús, y confirmada por el encuentro con Él resucitado”.