VATICANO,
En su mensaje a los fieles del mundo con ocasión de la Cuaresma de 2007, el Papa Benedicto XVI destaca que el amor de Dios manifestado con su muerte en la Cruz, no solo debe ser aceptado por los hombres, sino correspondido, comprometiéndose a transmitirlo a los demás.
El texto, fechado el 21 de noviembre de 2006 y titulado "Mirarán al que traspasaron", fue dado a conocer hoy por la Sala de Prensa de la Santa Sede.
En el breve texto, el Pontífice señala que la Cuaresma “es un tiempo propicio para aprender a permanecer con María y Juan, el discípulo predilecto, junto a Aquel que en la Cruz consuma el sacrificio de su vida para toda la humanidad”.
Tomando como punto de partida su encíclica Deus Caritas Est, el Santo Padre recuerda que “todo lo que la criatura humana es y tiene es don divino: por tanto, es la criatura la que tiene necesidad de Dios en todo”.
“El Todopoderoso espera el ‘sí’ de sus criaturas como un joven esposo el de su esposa”, explica el Papa; “desgraciadamente –agrega–, desde sus orígenes la humanidad, seducida por las mentiras del Maligno, se ha cerrado al amor de Dios, con la ilusión de una autosuficiencia que es imposible. Replegándose en sí mismo, Adán se alejó de la fuente de la vida que es Dios mismo, y se convirtió en el primero de ‘los que, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud’”.
Sin embargo, el Pontífice resalta que “en el misterio de la Cruz se revela enteramente el poder irrefrenable de la misericordia del Padre celeste”. “La muerte, que para el primer Adán era signo extremo de soledad y de impotencia, se transformó de este modo en el acto supremo de amor y de libertad del nuevo Adán”.