VATICANO,
Al recibir al primer grupo de obispos de Canadá en visita “ad limina”, el Papa Benedicto XVI afirmó que este encuentro y los sucesivos con los prelados canadienses le darán la oportunidad para reflexionar sobre “algunos temas significativos para la misión de la Iglesia en la sociedad canadiense, marcada por el pluralismo, el subjetivismo y una creciente secularización”.
El Santo Padre recordó que la ciudad de Québec, que celebrará en 2008 el cuarto centenario de su fundación, acogerá ese mismo año el Congreso Eucarístico Internacional, e invitó a esa diócesis a redescubrir “el lugar que la Eucaristía debe ocupar en la vida de la Iglesia”, ya que en sus informes los prelados habían subrayado “la notable disminución de la práctica religiosa en los últimos años” y “la particular escasez de jóvenes en las asambleas eucarísticas”.
“Los fieles deben estar convencidos del carácter vital de la participación regular en la asamblea dominical, para que su fe pueda crecer y expresarse de modo coherente. En efecto, la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana, nos une y nos conforma al Hijo de Dios. Construye también la Iglesia, consolidándola en su unidad de Cuerpo del Cristo; ninguna comunidad cristiana puede edificarse si no tiene su raíz y su centro en la celebración eucarística”, advirtió el Pontífice.
El Santo Padre destacó que “la disminución del número de sacerdotes, que hace a veces imposible la celebración de la Misa dominical en ciertos lugares, llama la atención, de forma preocupante, sobre el lugar que ocupa la sacramentalidad en la vida de la Iglesia. Las necesidades de la organización pastoral no deben comprometer la autenticidad de la eclesiología”.
“El papel central del sacerdote que, in persona Christi capitis (“en el lugar de Cristo cabeza”), enseña, santifica y gobierna la comunidad, no debe ser minimizado”, subrayó el Papa.
Luego, señaló que “la importancia del papel de los laicos, cuya generosidad al servicio de las comunidades cristianas agradezco, jamás debe ocultar el ministerio absolutamente irreemplazable de los sacerdotes para la vida de la Iglesia. Por eso, el ministerio del sacerdote no puede ser confiado a otras personas sin perjudicar de hecho la autenticidad del mismo ser de la Iglesia”.