VATICANO,
En una carta dirigida al Cardenal José Saraiva Martins, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, con ocasión de su sesión plenaria, el Papa Benedicto XVI reafirmó dos principios que han marcado su pontificado: distinguir mejor la diferencia entre los beatos y los santos; y precisar el concepto de “martirio” como muerte por “odio a la fe”.
El Pontífice alentó la decisión de la Congregación de disponer una “Instrucción para el desarrollo de la investigación diocesana en las Causas de los Santos”, que se dirige a los obispos diocesanos con el fin de “salvaguardar la seriedad de las investigaciones, sea cuando se examinan las virtudes de los siervos de Dios, los casos de martirio o los posibles milagros”.
“Está claro –escribe el Papa– que no se podrá iniciar una causa de beatificación o canonización en ausencia de fama de santidad comprobada, aunque se trate de personas que se han distinguido por su coherencia evangélica y por particulares méritos eclesiales y sociales”.
El Santo Padre escribe luego sobre los milagros, señalando su deseo de que la plenaria “profundice este tema a la luz de la tradición de la Iglesia, de la teología actual y de las pruebas científicas”. “La praxis ininterrumpida de la Iglesia establece la necesidad de un milagro físico y que no basta un milagro moral”, añade.
Al abordar el tema del martirio, Benedicto XVI escribe que “si el motivo que lleva al martirio permanece invariable, teniendo en Cristo su fuente y modelo, han cambiado sin embargo los contextos culturales del martirio y las estrategias ‘ex parte persecutoris’ (del lado de los perseguidores), que tratan cada vez menos de evidenciar de forma explícita su aversión a la fe cristiana, pero simulan diferentes razones, por ejemplo, de naturaleza política o social”.
Pese a ello, el Pontífice recuerda que “es necesario conseguir pruebas irrefutables de la disponibilidad al martirio, como por ejemplo, el derramamiento de sangre y su aceptación por parte de la víctima, pero es igualmente necesario que aflore directa o indirectamente, pero siempre de forma moralmente cierta, ‘l'odium fidei’ (el odio a la fe) del perseguidor. Si falta este elemento, no habrá un verdadero martirio según la perenne doctrina teológica y jurídica de la Iglesia”.