VATICANO,
Ante miles de peregrinos llegados de todo el mundo y reunidos en la Plaza de San Pedro, el Papa Benedicto XVI rezó el Regina Caeli, y recordó, este Domingo de la Divina Misericordia, el Pontificado de su predecesor, cuyo centro fue el misterio del amor misericordioso de Dios.
Refiriéndose al Evangelio del día el Santo Padre hizo notar como “desde el inicio la comunidad cristiana comenzó a vivir un ritmo semanal, que nacía del encuentro con el Señor resucitado”.
Reflexionando sobre las apariciones de Cristo, el Pontífice dijo que en estás “mostró a los discípulos los signos de la crucifixión, bien visibles y tangibles también en su cuerpo glorioso. Aquellas sagradas heridas, en las manos, en los pies y en el costado, son fuente inacabable de fe, de esperanza y de amor al que cada uno puede llegar, especialmente las almas más sedientas de la divina misericordia”.
Recordando al Siervo de Dios Juan Pablo II afirmó que en consideración de aquellas almas, “valorando la experiencia espiritual de una humilde religiosa, Santa Faustina Kowalska, ha querido que el Domingo después de la Pascua estuviese dedicado en modo especial a la Divina Misericordia”.
Más adelante Su Santidad dijo que fue la “Providencia que dispuso que Juan Pablo II muriera justamente en la vigilia de este día. El misterio del amor misericordioso de Dios ha sido el centro del pontificado de mi venerable predecesor”.
Asimismo hizo mención a la Encíclica Dives in misericordia, escrita por el Siervo de Dios en 1980, y la dedicación del Santuario de la Divina Misericordia en Cracovia en el 2002, cita en la cuál Juan Pablo II “evidenció que el culto de la misericordia divina no es una devoción secundaria, sino una dimensión integral de la fe y de la oración del cristiano”.