VATICANO,
Durante las congregaciones generales del sábado y el lunes por la mañana, diversos obispos propusieron medidas concretas para recuperar el valor de la Eucaristía en la vida de la Iglesia.
Mons. Petru Gherghel, Obispo de Iasi (Rumania), tras relatar los sacrificios de la comunidad católica rumana para celebrar la Eucaristía durante el régimen comunista, sugirió “una propuesta para incrementar el respeto por la Eucaristía: Teniendo presente la tradición oriental y el intento de un intercambio de dones entre nuestras Iglesias, propongo utilizar para la Santa Misa también el apelativo “La Santa y Divina Liturgia”, junto al latín, ya en uso pero poco preciso”.
“Será un nombre que sugiere con más intensidad lo sagrado, e invita al recogimiento, al estupor, al silencio y a la adoración”, concluyó.
Mons. Gabriel Malzaire, de Roseau (Dominica), lamentó la creciente “discrepancia entre lo que creen y el modo de vivir” de los católicos, y propuso: “volver al énfasis de los preceptos pascuales que imponen al menos la confesión anual; recordar el respeto y la reverencia debidos a los lugares sagrados; más silencio antes de la celebración de la Santa Misa y durante ella; que se vuelvan a colocar de nuevo reclinatorios y bancos donde las personas puedan arrodillarse para que se acostumbren a mostrar reverencia ante el Santísimo Sacramento”.
Por su parte, el Cardenal Zenon Grocholewski, Prefecto de la Congregación para la Educación Católica, abordó el tema de la formación de los seminaristas en torno a la Eucaristía.
“Podríamos decir que la Eucaristía constituye el entramado de toda la formación de los seminaristas, es decir, humana, espiritual, intelectual y pastoral. Esta centralidad de la Eucaristía tiene que ser enfatizada con fuerza en la vida del seminario, a distintos niveles: la sólida ilustración teológica del misterio eucarístico, y su relación con el sacramento de la penitencia, la debida explicación del significado de las reglas litúrgicas, el ejemplo dado por los educadores, la preparación adecuada de las mismas celebraciones eucarísticas para que puedan ser vividas íntimamente por toda la comunidad, y también la presencia y la disponibilidad de buenos confesores, las adoraciones eucarísticas bien preparadas, la invitación persistente a la adoración personal del Santísimo Sacramento y así sucesivamente”.