COLONIA,
En el discurso que pronunció en su encuentro con seminaristas de todo el mundo en la iglesia San Pantaleón de esta ciudad, el Papa Benedicto XVI señaló que el ánimo del seminarista le hace decir en su oración “Señor, ¿por qué precisamente a mí? Pero el amor no tiene un por qué, es un don gratuito al que se responde con la entrega de sí mismo”.
Bajo una intensa lluvia que no desanimó a los presentes, el Santo Padre explicó a los seminaristas que este encuentro lo quiso “para resaltar de manera más explícita y vigorosa la dimensión vocacional que tienen siempre las Jornadas Mundiales de la Juventud”.
Asimismo, remarcó que el seminario no es “tanto un lugar, sino un tiempo significativo en la vida de un discípulo de Jesús. Imagino el eco que pueden tener en vuestro interior las palabras del lema de esta vigésima Jornada mundial –Hemos venido a adorarlo– y todo el relato evangélico de los Magos, del que se ha tomado el lema. Este pasaje tiene un valor singular para vosotros, precisamente porque estáis realizando un proceso de discernimiento y comprobación de la llamada al sacerdocio. Sobre esto quisiera detenerme a reflexionar con vosotros”.
Seguidamente el Papa recordó la figura de los Reyes Magos, quienes “marcharon porque tenían un deseo grande que los indujo a dejarlo todo y a ponerse en camino. Era como si hubieran esperado siempre aquella estrella. Como si aquel viaje hubiera estado siempre inscrito en su destino, que ahora finalmente se cumple”. “Queridos amigos, esto es el misterio de la llamada, de la vocación; misterio que afecta a la vida de todo cristiano, pero que se manifiesta con mayor relieve en los que Cristo invita a dejar todo para seguirlo más de cerca. El seminarista vive la belleza de la llamada en el momento que podríamos definir de enamoramiento”.
Para lograr la formación adecuada en el seminario, señaló Benedicto XVI, los seminaristas necesitan “un estudio profundo de la Sagrada Escritura como también de la fe y de la vida de la Iglesia, en la cual la Escritura permanece como palabra viva. Todo esto debe enlazarse con las preguntas de nuestra razón y, por tanto, con el contexto de la vida humana de hoy. Todo contribuye a desarrollar una personalidad coherente y equilibrada, capaz de asumir válidamente la misión presbiteral y llevarla a cabo después responsablemente. El papel de los formadores es decisivo: la calidad del presbiterio en una Iglesia particular depende en buena parte de la del seminario y, por tanto, de la calidad de los responsables de la formación”.
Benedicto XVI destacó luego que el seminario es también un “tiempo de camino, de búsqueda, pero sobre todo de descubrimiento de Cristo. En efecto, sólo si tiene una experiencia personal de Cristo, el joven puede comprender en verdad su voluntad y por lo tanto la propia vocación. Cuanto más conoces a Jesús, más te atrae su misterio; cuanto más lo encuentras, más fuerte es el deseo de buscarlo. Es un movimiento del espíritu que dura toda la vida, y que en el seminario pasa como una estación llena de promesas, su primavera”.