VATICANO,
Reproducimos a continuación el texto completo de la homilía pronunciada por el Decano del Colegio Cardenalicio, Cardenal Joseph Ratzinger en los funerales del Papa Juan Pablo II.
(Traducción de ACI Digital)
“Sígueme” dice el Señor resucitado a Pedro, como su última palabra a este discípulo, escogido para apacentar a sus ovejas. “Sígueme” esta palabra lapidaria de Cristo puede ser considerada la llave para comprender el mensaje que viene de la vida de nuestro llorado y amado Papa Juan Pablo II, cuyos restos pondremos hoy en la tierra como semilla de inmortalidad, el corazón lleno de tristeza, pero también de gozosa esperanza y profunda gratitud.
Estos son los sentimientos de nuestra alma, hermanas y hermanos en Cristo, presentes en Plaza de San Pedro, en las calles adyacentes y en los diversos lugares de la ciudad de Roma, poblada en estos días por una inmensa multitud silenciosa y orante. A todos saludo cordialmente. En nombre también del Colegio de los Cardenales deseo dirigir un saludo a los Jefes de Estado, de Gobierno y las delegaciones de los países presentes. Saludo a las Autoridades y a los representantes de las Iglesias y las Comunidades cristianas, como también de las diversas religiones. Saludo también a los Arzobispos, a los Obispos, a los sacerdotes, a los religiosos, religiosas y a fieles todos llegados de cada continente; en modo especial a los jóvenes, que Juan Pablo II amaba definir como el futuro y la esperanza de la Iglesia. Mi saludo alcanza, además, a cuantos en cada parte del mundo están unidos a nosotros a través de la radio y la televisión en esta coral participación al solemne rito de despedida del amado Pontífice.
Sígueme. De joven estudiante, Karol Wojtyla era un entusiasta de la literatura, del teatro, de la poesía. Trabajando en una fábrica química, rodeado y amenazado por el terror nazi, ha escuchado la voz del Señor: ¡Sígueme! En este contexto tan particular comenzó a leer libros de filosofía y teología. Entró después en el seminario clandestino creado por el Cardenal Sapieha y después de la guerra pudo completar sus estudios en la facultad teológica de la Universidad Jaghellonica de Cracovia. Tantas veces en sus cartas a los sacerdotes y en sus libros autobiográficos nos ha hablado de su sacerdocio, al cual fue ordenado el 1 de noviembre de 1946. En estos textos interpreta su sacerdocio particularmente a partir de tres palabras del Señor. Sobre todo esta: “No han sido ustedes los que me han elegido, sino que yo los he escogido y los he constituido para que vayan y lleven fruto, y vuestro fruto permanezca” (Jn 15, 16), La segunda palabra es: “El buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11). Y finalmente: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). En estas tres palabras vemos toda el alma de nuestro Santo Padre. Realmente ha ido a todas partes e incansablemente para llevar fruto, un fruto que permanece. “¡Levantaos, vamos!”, es el título de su penúltimo libro. “¡Levantaos, vamos!”, con estas palabras nos ha despertado de una fe cansada, del sueño de los discípulos de ayer y de hoy. “¡Alzaos, vamos!” dice también hoy a nosotros. El Santo Padre ha sido sacerdote hasta el final, porque ha dado su vida a Dios por sus ovejas y por la entera familia humana, en una donación cotidiana al servicio de la Iglesia y sobre todo en las difíciles pruebas de los últimos meses. Así ha llegado a ser una sola cosa con Cristo, el buen pastor que ama a sus ovejas. Y finalmente, “permaneced en mi amor”: El Papa que ha buscado el encuentro con todos, que ha tenido una capacidad de perdón y de apertura del corazón para todos, nos dice, también hoy, estas palabras del Señor: Habitando en el amor de Cristo aprendemos, en la escuela de Cristo, el arte del verdadero amor.
¡Sígueme! En julio de 1958 comienza para el joven sacerdote Karol Wojtyla una nueva etapa en el camino con el Señor y detrás del Señor. Karol había ido como solía con un grupo de jóvenes apasionados de la canoa a los lagos Masuri por unas vacaciones. Pero llevaba consigo una carta que lo invitaba a presentarse ante el Primado de Polonia, Cardenal Wyszynski; y podía adivinar el fin de tal encuentro: el nombramiento como Obispo auxiliar de Cracovia. Dejar el enseñamiento académico, dejar la estimulante comunión con los jóvenes, dejar su gran hambre intelectual por conocer e interpretar el misterio de la criatura del hombre, por hacer presente en el mundo de hoy la interpretación cristiana de nuestro ser. Todo esto debía parecerle un perderse a sí mismo, perder justo lo que se había convertido en la identidad humana de este joven sacerdote. Sígueme: Karol Wojtyla aceptó, sintiendo en la llamada de la Iglesia la voz de Cristo. Y después se dio cuenta de cuánto es verdadera la palabra del Señor: “Quien busque la propia vida la perderá, quien la pierda la salvará” (Lc 17, 33). Nuestro Papa –lo sabemos todos– no ha querido nunca salvar la propia vida, tenerla para sí; ha querido darse a sí mismo sin reservas, hasta el último momento, por Cristo y así también por nosotros. De este modo ha podido experimentar cómo todo lo que había entregado en las manos del Señor ha retornado en un modo nuevo: el amor a la palabra, a la poesía, a las cartas fue una parte esencial de su misión pastoral y ha dado nueva actualidad, nueva atracción al anuncio del Evangelio, justo cuando también este es signo de contradicción.