Al celebrar la Eucaristía por el II Domingo de Cuaresma en la Catedral Metropolitana, el Arzobispo Primado de México, Cardenal Norberto Rivera, afirmó que para evitar que la Cuaresma se quede “en puras palabras y buenas intenciones” es necesario “escuchar la voz del Señor que nos llama a un encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad”.
En su homilía, el Cardenal explicó que “la contemplación de la Transfiguración del Señor, transmitida y conservada por los tres primeros evangelistas, es muy sugerente para el tiempo cuaresmal en donde nos preparamos a vivir con mayor intensidad la muerte y la resurrección de Cristo”.
“Jesús, flanqueado por Moisés y Elías, aparece como el nuevo legislador y el máximo de los profetas. Su rostro bañado por el sol y su figura nimbada de luz nos hablan de Cristo como la verdad luminosa, como el Maestro superior a todos los personajes del Antiguo Testamento”, afirmó el Arzobispo y resaltó que “esta experiencia, tarde o temprano, todos de alguna manera la tenemos”.
“Hay momentos en que –agregó–, sin saber porqué, experimentamos una gran paz, vemos con claridad el sentido de la vida, nos sentimos felices y contentos de lo que hemos logrado y las dificultades y problemas nos parecen irrelevantes. Pero de repente comienzan a llegar a nuestra vida las enfermedades, las contradicciones, los fracasos, las traiciones, los accidentes y hasta la muerte de los seres más queridos. Esta experiencia llega a todo ser humano, creyente o no creyente, bueno o malo, sabio o ignorante; la única diferencia que existe es la actitud que se tiene ante los acontecimientos”.
Asimismo, dirigiéndose a un grupo de jóvenes misioneros el Cardenal expresó que “la tarea que Cristo les está confiando es el anuncio de la Buena Nueva, es decir la evangelización, ya que evangelizar constituye la dicha y vocación de todo discípulo de Cristo, es la identidad mas profunda de todo seguidor de Jesús”.
“Estos jóvenes, y todo cristiano, saben, que escuchar el llamado del Señor y realizar la misión que les confía, es toda una aventura. Es salir de las comodidades que quizá tienen, es dejar las redes, es bajar del monte Tabor, es comenzar un camino muy distinto al que quizá soñaron, es aceptar a Jesucristo como la Buena Nueva de la salvación comunicada a los hombres de ayer de hoy y de siempre, es proclamar a Jesús muerto y resucitado con gozo y con fuerza y principalmente con el testimonio de la propia vida”.