El P. Pasolini reflexionó sobre cómo, incluso cuando nuestras súplicas parecen no ser escuchadas, Dios actúa. Citando la carta a los Hebreos, recordó que el Padre “sostuvo” el corazón de Jesús en el sufrimiento de la Cruz “haciéndolo capaz de entregarse a las exigencias del amor más grande”.
El P. Pasolini subrayó además que Jesús no sufrió pasivamente su pasión, sino que la vivió con libertad y confianza. Esta actitud invita a los católicos a “acoger con confianza lo que sucede, incluso aquello que aparece hostil o incomprensible”, aseguró.
El predicador de la Casa Pontificia articuló la homilía en torno a tres momentos clave de la Pasión: Jesús, en el huerto de Getsemaní; en la Cruz y su último suspiro.
Comenzando por el primero, aseguró que en el huerto de Getsemaní, Jesús no se esconde, sino que da un paso adelante. Una actitud que, según el P. Pasolini muestra que no fue simplemente arrestado, sino que “ofreció su vida libremente”.
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Por otro lado, manifestó que en la Cruz, Jesús, al decir que tiene sed, expresa abiertamente su necesidad. No muere sin antes manifestar “el gesto más humano y más difícil: pedir lo que no podemos darnos a nosotros mismos”, manifestó el P. Pasolini que instó a los fieles a “abandonar todo orgullo” para poder reconocer sus necesidades y a dejar que otros les ayuden.
Por último, reflexionó sobre el último suspiro de Jesús cuando declara: “Está cumplido”.
Para el P. Pasolini no es una derrota pasiva, sino “un acto de suprema libertad”, donde la debilidad se convierte en espacio del amor pleno. “No es la fuerza lo que salva el mundo, sino la debilidad de un amor que no retiene nada”, manifestó.
Frente a un mundo que idolatra la autosuficiencia, la Cruz, según el predicador de la Casa Pontificia, muestra que incluso cuando “no queda nada por hacer, queda lo más bello por realizar: entregarnos completamente”.
El P. Pasolini instó finalmente a acercarse a la Cruz con confianza. Si bien reconoció que “no es nada fácil mantener firme la profesión de la fe’”, sobre todo en el dolor, invitó a los fieles a reconocer en la Cruz “el trono de la Gracia para recibir misericordia”.
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