Los equipos de rescate trabajan contrarreloj en Myanmar en busca de sobrevivientes bajo los escombros después del terremoto de magnitud 7,7 del pasado viernes. Pero la lucha no solo es contra el tiempo o las altas temperaturas, de más de 40 grados.
“El ejército no permite que los equipos de ayuda operen libremente”, explica a ACI Prensa un sacerdote de la diócesis de Loikaw, en el este de Myanmar.
“La Iglesia también está tratando de ayudar, pero nos encontramos con innumerables obstáculos. No podemos acceder libremente a las zonas afectadas porque hay controles militares en todas partes. Se confiscan suministros, se impide el paso de los voluntarios y en algunas áreas el ejército ni siquiera permite que las víctimas reciban la asistencia que necesitan”, denuncia el presbítero, que ha pedido mantener su anonimato.
Teme las represalias del régimen militar que tomó el poder mediante un golpe de Estado en febrero de 2021 y que derrocó al gobierno democráticamente elegido del partido Liga Nacional para la Democracia.
De momento, el balance oficial de víctimas del terremoto asciende a 2.886 muertos, mientras que los heridos se acercan a los 4.639, según las últimas cifras compartidas por la junta militar. Se espera que esa cifra siga aumentando.
La devastación se extiende, sobre todo, por Mandalay, la segunda ciudad más grande del país, a tan solo 17 kilómetros del epicentro del terremoto, así como en la capital, Nay Pyi Taw, que está a más de 240 kilómetros de distancia, y en la región de Sagaing, en el noroeste del país.