Jesús, de hecho, bajó a Jericó, una ciudad situada por debajo del nivel del mar, considerada una imagen del infierno, donde Jesús quiere ir a buscar a aquellos que se sienten perdidos. Y, en realidad, el Señor Resucitado sigue descendiendo a los infiernos de hoy, a los lugares de guerra, al dolor de los inocentes, al corazón de las madres que ven morir a sus hijos, al hambre de los pobres.
Zaqueo, en cierto sentido, se ha perdido, tal vez tomó decisiones equivocadas o tal vez la vida lo ha puesto en situaciones de las que le cuesta salir. De hecho, Lucas insiste en describir las características de este hombre: no solo es publicano, es decir, uno que recauda impuestos de sus conciudadanos para los invasores romanos, sino que es incluso el jefe de los publicanos, como diciendo que su pecado se multiplica.
Lucas añade además que Zaqueo es rico, dando a entender que se ha enriquecido a costa de los demás, abusando de su posición. Pero todo esto tiene consecuencias: Zaqueo probablemente se siente excluido, despreciado por todos.
Cuando se entera de que Jesús está atravesando la ciudad, Zaqueo siente el deseo de verlo. No se atreve a imaginar un encuentro, le bastaría con mirarlo desde lejos. Sin embargo, nuestros deseos también encuentran obstáculos y no se hacen realidad automáticamente:
¡Zaqueo es de baja estatura! Es nuestra realidad, tenemos límites con los que debemos lidiar. Y luego están los demás, que a veces no nos ayudan: la multitud impide que Zaqueo vea a Jesús. Quizás sea también un poco su revancha.
Pero cuando se tiene un deseo fuerte, no se desanima. Se encuentra una solución. Pero hay que tener valor y no avergonzarse, se necesita un poco de la sencillez de los niños y no preocuparse demasiado por la propia imagen. Zaqueo, como un niño, se sube a un árbol. Debía ser un buen punto de observación, sobre todo para mirar sin ser visto, escondiéndose detrás de las frondas.