En 2016, cuando el Papa Francisco instituyó el ministerio de los Misioneros de la Misericordia durante el Año Santo Extraordinario, el sacerdote argentino José Luis Quijano no imaginó que aquella convocatoria reavivaría el fuego de su sacerdocio. Con más de tres décadas de ministerio, pensaba que ya lo había aprendido todo.
“Yo no era un sacerdote funcionario, siempre fui muy pastoral, pero esto supuso una auténtica renovación en la fibra íntima de mi ministerio”, explica a ACI Prensa nueve años después de haber recibido personalmente del Pontífice el encargo de ejercitar en el día a día el perdón infinito del Padre.
“La misericordia no es para los que huelen bien, para los que son buenos o justos. Eso es fácil. El sujeto de la misericordia es el malo, el que ha cometido obras horribles, el que no se lo merece”, afirma.
No son palabras vacías. Antes incluso de recibir esta misión, el sacerdote de la Archidiócesis de Buenos Aires tomó un decisión radical: acompañar en la prisión a un ex sacerdote condenado por pedofilia.
Fueron 20 años en los que, a pesar de las dificultades, nunca dudó de que su misión era permanecer al lado de aquel hombre manchado para siempre por un crimen terrible.
“Cuando visitas a un preso de estas características, la persona no habla. Estábamos horas y horas en silencio. Después, cada poco tiempo, lo trasladaban de penal. A veces me tocaba hacer 300 kilómetros en coche para ir a verlo y me negaban, una vez allí, la entrada”, relata tras constatar que su única motivación eran las palabras del Evangelio: “Estuve preso y me viniste a visitar”.