“¡Veo a una señora con flores amarillas, es genial!”, aseguró el Papa Francisco, mientras intentaba esbozar una sonrisa durante los escasos dos minutos que estuvo asomado al balcón del hospital Gemelli antes de recibir el alta médica.

Alrededor de la imponente estatua de San Juan Pablo II, que preside el patio del centro sanitario, se habían reunido desde las primeras horas del domingo cientos de personas para expresarle su cariño.
Allí estaba también Carmela Mancuso, escondida entre la multitud con su flamante ramo de flores amarillas, que enseguida llamó la atención del Pontífice.
Un rostro anónimo para el mundo, pero no para el Papa Francisco, quien incluso la conoce por su apelativo familiar: “Carmelina”.
