27 de diciembre de 2024 Donar
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El Papa eleva al altar a cinco nuevos beatos

El Papa Juan Pablo II presidió este domingo la beatificación de cinco Siervos de Dios, Pierre Vigne (1670-1740); Joseph-Marie Cassant (1878-1903); Anna Katharina Emmerick (1774-1824); María Ludovica De Angelis (1880-1962); y el Emperador Carlos de Austria (1887-1922); durante una ceremonia en la que llamó  a imitar a los nuevos bienaventurados reconocidos por la Iglesia.

Ante los representantes de las principales familias nobles de Europa –presentes por la beatificación del último emperador de la Casa de los Ausburgo- y cerca de 30.000 peregrinos, el Pontífice destacó que los cinco nuevos beatos, “se han dejado guiar por la Palabra de Dios como por un faro luminoso y seguro, que nunca ha dejado de iluminar su camino”.

El Padre Pierre Vigne, dijo el Papa,  “fue conducido a ser un verdadero discípulo y misionero fiel a la Iglesia”; y exhortó: ¡Que la Iglesia en Francia encuentre en el Padre Vigne un modelo, para que crezcan nuevas semillas del Evangelio!”.

El Hermano Joseph-Marie Cassant “puso todos los días su confianza en Dios, en la contemplación del misterio de la Pasión y en la unión con Cristo presente en la Eucaristía”, en el “silencio de la Trapa”.  

“¡Que puedan nuestros contemporáneos, especialmente los contemplativos y los enfermos, descubrir en su ejemplo el misterio de la oración, que eleve el mundo a Dios y que nos de fuerza en las pruebas!”, agregó.

El Santo Padre señaló luego que la frase de San Pablo “Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio”, “bien se pueden aplicar a la vida de la Beata Ludovica de Angelis, cuya existencia estuvo consagrada totalmente a la gloria de Dios y al servicio de sus semejantes”.

“En su figura destacan un corazón de madre, sus cualidades de líder y la audacia propia de los santos. Con los niños enfermos tuvo un amor concreto y generoso, afrontando sacrificios para aliviarlos; con sus colaboradores en el Hospital de La Plata fue modelo de alegría y responsabilidad, creando un ambiente de familia; para sus Hermanas de comunidad, fue un auténtico ejemplo como Hija de Nuestra Señora de la Misericordia. En todo estuvo sostenida por la oración, haciendo de su vida una comunicación continua con el Señor”, destacó el Pontífice.

De la beata Anna Katharina Emmerick el Papa señaló que “experimentó y contempló en su propio cuerpo ‘la amarga pasión de nuestro Señor Jesucristo’”.

“Que la hija de pobres campesinos, quien buscó tenazmente la cercanía de Dios, haya llegado a ser la célebre ‘mística del país de Münster’ es una obra de la gracia divina. A su pobreza material se contrapone una rica vida interior. Nos impresiona la paciencia en sobrellevar sus debilidades corporales así como la fuerza de carácter y la firmeza en el creer de la nueva beata”.

“La fuerza para ello la extraía de la Santísima Eucaristía. Así su ejemplo atrajo a pobres y ricos, a simples y cultivados, hacia la amorosa entrega a Jesucristo. Aun hoy hace llegar ella a todos el anuncio liberador: ‘por sus heridas hemos sido curados’”, agregó el Santo Padre.

Luego, al referirse al Emperador Carlos I de Austria, que atrajo a una multitud de nobles de las principales Casas europeas, el Papa señaló que “la decisiva misión del cristiano consiste en buscar la voluntad de Dios, en todo, reconocerla y seguirla. Este es el empeño cotidiano que se propuso el estadista y cristiano Carlos de la Casa de Austria”.

El Pontífice destacó que “fue un amigo de la paz. A sus ojos la guerra era ‘algo horrible’. Asumiendo el gobierno en medio de la tempestad de la Primera Guerra Mundial hizo suyas las iniciativas de paz de mi predecesor Benedicto XV”.

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“Desde un inicio comprendió el emperador Carlos su reinado como un servicio sagrado hacia su nación. Su serio esfuerzo fue seguir la vocación de los cristianos a la santidad también en su comportamiento político. En eso le fue importante el concepto del amor social. Sea para todos nosotros un ejemplo, especialmente para quienes tienen hoy en Europa responsabilidades políticas”, agregó.

Juan Pablo II concluyó la homilía llamando a alabar  y agradecer al Señor, “por las maravillas que ha realizado en estos siervos buenos y fieles al Evangelio”. “María Santísima, que en este mes de octubre invocamos de manera particular  con la oración del Rosario, nos ayude a convertirnos en generosos y valientes apóstoles del Evangelio”.

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