Por esta misma razón, subrayó el Cardenal Sarah, “la Santa Misa es como una cita necesaria y vital con Cristo. La Eucaristía es la fuente de la misión de la Iglesia; las celebraciones sagradas y hermosas para gloria de Dios y santificación del pueblo, son fundamentales para fomentar la confianza con Él, esa intimidad divina que anhela nuestra existencia”.
“Por esto mismo, la Santa Misa celebrada en las lenguas nacionales no debe perder nunca el sentido de lo sagrado y no debe traicionar nunca la palabra del Señor Jesús”, alertó y precisó además que “la Santa Misa no es una reunión social para celebrarnos a nosotros mismos y nuestras hazañas, no es un despliegue cultural, sino el recuerdo de la muerte y resurrección del Señor que, desde hace siglos, la Iglesia siempre celebra”.
El prefecto emérito remarcó asimismo que “la Eucaristía es el Sacramento más vital. Es la vida de nuestra vida. El don más precioso que hemos heredado. Y una herencia se conserva, ¡no se puede disipar!”.
El purpurado cita luego el siguiente pasaje del Papa Benedicto XVI: “En la historia de la liturgia hay crecimiento y progreso, pero no ruptura. Lo que era sagrado para las generaciones anteriores, sigue siendo sagrado y grande también para nosotros, y no se puede prohibir de repente o incluso juzgado perjudicial. Es bueno para todos nosotros conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia, y darles el lugar que les corresponde”.
Por todo esto y más, prosigue el cardenal, “el hecho de que se plantee acabar definitivamente con la Misa tridentina tradicional, es decir, un rito que se remonta a San Gregorio Magno, una liturgia que tiene 1.600 años, una Misa que han celebrado tantos santos: San Padre Pío, San Felipe Neri, San Juan María Vianney (el Cura de Ars), San Francisco de Sales, San Josemaría Escrivá, etc. Y remontándonos hasta el Papa Gregorio Magno (590-604) e incluso hasta el Papa San Dámaso (366-384). Este proyecto, si es real, me parece un insulto a la historia de la Iglesia y a su Santa Tradición, un proyecto diabólico que querría romper con la Iglesia de Cristo, de los Apóstoles y de los Santos”.
En ese sentido, destaca el purpurado, “toda la tradición de la Iglesia enseña que Jesús de Nazaret, Señor y Cristo, es el único salvador de la humanidad, y que en ningún otro hay salvación. Quien, fuera de los límites visibles del cristianismo, llega a la salvación, llega a ella siempre y sólo por los méritos de Cristo en la Cruz y no sin alguna mediación de la Iglesia”.