“Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lucas 2:6–7). A las puertas de celebrar el nacimiento de Jesús, contamos la historia de la reliquia de aquel sencillo pesebre, donde la Virgen María acostó, en una cuna hecha de madera y barro, al Hijo de Dios.
A finales del siglo VII, el Patriarca San Sofronio I de Jerusalén regaló al Papa Teodoro I los restos del cunabulum, la “Sagrada Cuna” o pesebre en el que, según los Evangelios, el Niño Jesús fue colocado al nacer.
Estas tablas de madera, que habrían sido utilizadas para sostener la cuna de barro, fueron donadas por el Pontífice a la Basílica de Santa María la Mayor, conocida como “la Belén de Roma”.
En el año 432 el Papa Sixto III decidió diseñar en el interior de la primitiva Basílica de Santa María la Mayor un lugar especial para albergarla. Fue así como se erigió la “Gruta de la Natividad”, una réplica de la Gruta de Belén.
Más tarde, bajo el encargo del Papa Pío IX, el arquitecto romano Virginio Vespignani creó la capilla de la confesión, ubicada bajo el altar papal, con setenta tipos diferentes de mármol, en su mayoría extraídos de excavaciones realizadas en Roma y Ostia.
Es aquí donde se encuentra el relicario, diseñado en forma de cuna con un Niño Jesús recostado por el arquitecto italiano Giuseppe Valadier. En su interior están las varillas de madera de sicómoro, un árbol similar a la higuera propio de Egipto y Medio Oriente.