A poca distancia de la Gruta de la Natividad, en Tierra Santa, se encuentra la única gruta de piedra blanca en toda la región de Belén. Conocida como la “Gruta de la Leche”, su color y su nombre están vinculados a una leyenda que se remonta al siglo VI.
Según la historia, la Sagrada Familia encontró refugio en esta gruta durante la “matanza de los inocentes”, relatada en el segundo capítulo del Evangelio de Mateo. Allí, un ángel se apareció a José y le indicó que huyera a Egipto. La leyenda cuenta que, mientras la Virgen María amamantaba al Niño Jesús, al retirarlo del pecho apresuradamente para partir, una gota de leche cayó al suelo, volviendo la piedra completamente blanca.
Desde 1872, un santuario perteneciente a la Custodia de Tierra Santa se alza sobre la gruta (renovado en 2006). Sin embargo, registros del siglo XII ya mencionan la existencia de una “Iglesia del Descanso” y la “Gruta de la Leche”.
Desde el siglo VI, reliquias de la Gruta de la Leche han sido conocidas tanto en Europa como en Oriente. Estas consisten en polvo de roca extraído de la gruta, considerado milagroso y distribuido en pequeñas bolsas, una práctica que sigue vigente. En 1250, Perdicca de Éfeso escribió que este polvo ayudaba a las madres a producir leche cuando carecían de ella.
Por esta razón, la gruta ha sido durante siglos un lugar de peregrinación favorito para mujeres y familias que buscan la bendición de un hijo o enfrentan dificultades con el embarazo y la lactancia. No sólo las mujeres cristianas, sino también muchas mujeres musulmanas —que consideran a María un modelo de virtud femenina— peregrinan aquí.