Al contrario, es importante reconocer una apertura recíproca entre estos dos horizontes: los creyentes se abren siempre con mayor serenidad a la posibilidad de vivir la propia fe sin imponerla, vivirla como levadura en medio de la masa del mundo y de los ambientes en los que se encuentran. A su vez, los no creyentes o cuantos se han alejado de la práctica religiosa no son ajenos a la búsqueda de la verdad, de la justicia y de la solidaridad; y a menudo, sin pertenecer a ninguna religión, portan en el corazón una sed grande, una interrogante de sentido que los lleva a interpelarse sobre el misterio de la vida y a buscar valores fundamentales para el bien común.
Es precisamente en este marco donde podemos apreciar la belleza y la importancia de la piedad popular (cf. S. Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 48). Ha sido san Pablo VI el que ha “cambiado el término”, en la Evangelii nuntiandi cambia “religiosidad” por “piedad” popular. Esa, por una parte, nos remite a la Encarnación como fundamento de la fe cristiana, que se manifiesta siempre en la cultura, la historia y los lenguajes de un pueblo, y se transmite por medio de los símbolos, las costumbres, los ritos y las tradiciones de una comunidad viva. Por otra parte, la práctica de la piedad popular atrae e involucra también a personas que están en el umbral de la fe, que no son practicantes asiduos y, sin embargo, descubren en ella la experiencia de las propias raíces y afectos, junto con los valores e ideales que consideran útiles para la propia vida y la sociedad.
La piedad popular, que expresa la fe con gestos simples y lenguajes simbólicos arraigados en la cultura del pueblo, revela la presencia de Dios en la carne viva de la historia, fortalece la relación con la Iglesia y a menudo se transforma en ocasión de encuentro, de intercambio cultural y de fiesta. Es curioso, una piedad que no sea festiva no tiene “un buen olor”, no es una piedad que venga del pueblo, es una piedad muy “destilada”. En este sentido, sus prácticas dan cuerpo a la relación con el Señor y a los contenidos de la fe. A este respecto, me gustaría mencionar una reflexión de Blaise Pascal que en un diálogo con un interlocutor ficticio, para ayudarlo a entender cómo llegar a la fe, le dice que no es suficiente multiplicar las pruebas de la existencia de Dios ni hacer esfuerzos intelectuales, sino más bien, ver a los que ya han avanzado en el camino, porque iniciaron poco a poco, «tomando agua bendita, haciendo decir misas» (Pensamientos, Madrid 1940, n. 233). Poco a poco se avanza. La piedad popular es una piedad que está implicada en la cultura, pero que no se confunde con la cultura. Y avanza poco a poco.
He aquí, pues, algo que no hay que olvidar: «En la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo», y por lo tanto en ella «subyace una fuerza activamente evangelizadora que no podemos menospreciar: sería desconocer la obra del Espíritu Santo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 123; 126), que trabaja en el santo Pueblo de Dios, que lo lleva adelante en el discernimiento cotidiano. Pensemos en el diácono Felipe, pobre, un día fue llevado [por el Espíritu] a un camino y escuchó a un pagano, siervo de la reina Candace de Etiopía, que leía al profeta Isaías, y no entendía nada. Se ha acercado: “¿comprendes?” —“No”. Y le ha anunciado el Evangelio. Y aquel hombre, que había recibido la fe en ese momento, llegando hacia donde había agua le dice: “Dígame Felipe, ¿usted me puede bautizar?, ¿aquí?, ¿ahora que hay agua? Y Felipe no le respondió: “No, debes tomar el curso, tienes que traer los padrinos, ambos casados por la Iglesia, debes hacer esto otro”. No, lo ha bautizado. El Bautismo es precisamente el don de la fe que Jesús nos da.
Debemos estar alertas para que la piedad popular no sea utilizada o instrumentalizada por grupos que pretenden fortalecer su propia identidad de manera polémica, alimentando particularismos, antagonismos y posturas o actitudes excluyentes. Todo esto no responde al espíritu cristiano de la piedad popular y nos interpela a todos, en particular a los pastores, para vigilar, discernir y promover una atención continua hacia las formas populares de la vida religiosa.
Cuando la piedad popular logra comunicar la fe cristiana y los valores culturales de un pueblo, uniendo corazones y amalgamando una comunidad, entonces se produce un fruto importante que influye en toda la sociedad, y también en las relaciones de las instituciones sociales, civiles y políticas con la Iglesia. La fe no es un hecho privado, debemos estar alertas a esta evolución, yo diría herética, de la privatización de la fe; los corazones se amalgaman y siguen adelante. Un hecho que se consuma en el santuario de la conciencia, que ―si pretende ser plenamente fiel a sí misma― implica un compromiso y un testimonio hacia todos, para el crecimiento humano, el progreso social y el cuidado de la creación, como signo de la caridad. Precisamente por esto, de la profesión de la fe cristiana y de la vida comunitaria animada por el Evangelio y los sacramentos, han surgido a lo largo de los siglos innumerables obras de solidaridad e instituciones como hospitales, escuelas, centros asistenciales ―¡en Francia son muchas!―, en las que los creyentes se han comprometido en beneficio de los necesitados y han contribuido al crecimiento del bien común. La piedad popular, las procesiones y rogativas, las actividades caritativas de las cofradías, el rezo comunitario del santo Rosario y otras formas de devoción pueden alimentar esta —me permito calificarla así— “ciudadanía constructiva” de los cristianos. La piedad popular nos da esta ciudadanía constructiva.