El miércoles 25 de julio “parecía estar tan mal como siempre” y, pensando el viaje de retorno previsto para el viernes 27, compró algunos recuerdos religiosos para su mujer y sus hijos con los últimos chelines que le quedaban.
Volvió a las piscinas. “Cuando estaba en el baño, mis piernas paralizadas se agitaron violentamente”, describe, lo que provocó la alarma entre los voluntarios que atendían a los peregrinos en el santuario, creyendo que era otro ataque de epilepsia. “Me esforcé por ponerme en pie, sintiendo que podía hacerlo fácilmente”, explica.
Sanación del brazo al paso del Santísimo Sacramento
De nuevo le colocaron en la silla de ruedas y le llevaron a la procesión del Santísimo Sacramento. El Arzobispo de Reims, Cardenal Louis Henri Joseph Luçon, portaba la custodia.
“Bendijo a los dos que iban delante de mí, se acercó a mí, hizo la señal de la cruz con la custodia y pasó al siguiente. Acababa de pasar cuando me di cuenta de que se había producido un gran cambio en mí. Mi brazo derecho, que estaba muerto desde 1915, se agitó violentamente. Rompí sus vendas y me persigné, por primera vez en años”, describe el propio Traynor.
“Que yo recuerde, no sentí ningún dolor repentino y, desde luego, no tuve ninguna visión. Simplemente me di cuenta de que había ocurrido algo trascendental”, añade.
De vuelta en el asilo, el antiguo hospital que hoy alberga las oficinas de la Hospitalidad de Nuestra Señora de Lourdes en el santuario, demostró que podía andar dando siete pasos. Los médicos volvieron a examinarle y concluyeron en su informe que “había recuperado el uso voluntario de sus piernas” y que “el paciente puede caminar con dificultad”.
Y Jack Traynor fue corriendo a la gruta
Aquella noche, apenas pudo dormir. Como ya había cierto revuelo en torno a él, varios voluntarios hicieron guardia en su puerta. Por la mañana temprano, parecía que se quedaría dormido de nuevo, pero “en el último suspiro, abrí los ojos y salté de la cama. Primero me arrodillé en el suelo para terminar el rosario que había estado rezando, luego corrí hacia la puerta”.
Abriéndose paso, llegó descalzo y en pijama hasta la gruta de Massabielle, hasta donde le siguieron: “Cuando llegaron a la gruta, yo estaba de rodillas, todavía en ropa de dormir, rezando a la Virgen y dándole gracias. Sólo sabía que debía darle las gracias y que la Gruta era el lugar adecuado para hacerlo”.
Estuvo 20 minutos orando. Cuando se levantó, había una multitud a su alrededor, que se apartó para dejarle volver al asilo.
Un sacrificio a la Virgen en agradecimiento
“En el extremo de la plaza del Rosario se alza la estatua de Nuestra Señora Coronada. Mi madre siempre me había enseñado que cuando se pide un favor a la Virgen o se desea mostrarle alguna veneración especial hay que hacer un sacrificio. Yo no tenía dinero que ofrecer, pues había gastado mis últimos chelines en rosarios y medallas para mi mujer y mis hijos, pero arrodillado allí, ante la Virgen, hice el único sacrificio que se me ocurrió. Decidí dejar el tabaco”, explica con tremenda sencillez Traynor.
“Durante todo este tiempo, aunque sabía que había recibido un gran favor de Nuestra Señora, no recordaba con claridad toda la enfermedad que me había precedido”, detalla en su narración.
Mientras terminaba de arreglarse por sí mismo, un sacerdote, el P. Gray, que no sabía nada de su curación, pidió que alguien le acolitara durante la Misa, cosa que hizo Traynor: “No me pareció extraño que pudiera hacerlo, después de ocho años sin poder levantarme ni andar”, afirma.
Recibió noticia de que el sacerdote que se había opuesto firmemente a que se uniera a la peregrinación quería verlo en su hotel, situado en el pueblo de Lourdes, fuera del santuario. Le preguntó si se encontraba bien. “Le dije que me encontraba bien, gracias, y que esperaba que él también. Se echó a llorar”.
El viernes 27 de julio, a primera hora, los médicos volvieron a examinar a Jack Traynor. Dejaron constancia de que podía andar perfectamente, había recuperado por completo el brazo derecho y la sensibilidad en las piernas. La abertura de su cráneo, fruto de la operación, había disminuido de forma considerable y no había padecido más crisis epilépticas. También sus llagas habían sanado al volver de la gruta, cuando se quitó los vendajes el día anterior.
Llorando "como dos niños" con el Arzobispo Keating
A las nueve de la mañana, el tren de vuelta a Liverpool estaba listo para salir de la estación de Lourdes, situada en la zona alta de la localidad. Le habían reservado un asiento en primera clase que, pese a sus protestas, tuvo que aceptar.
En mitad del viaje, se acercó el arzobispo Keating hasta su vagón. “Me arrodillé para que me diera su bendición. Me levantó diciendo: ‘Jack, creo que debería recibir tu bendición’. No entendía por qué lo decía. Luego me llevó y ambos nos sentamos en la cama. Mirándome, dijo: 'Jack, ¿te das cuenta de lo enfermo que has estado y de que has sido curado milagrosamente por la Santísima Virgen?'”.
“Entonces –prosigue Jack Traynor— me vino todo a la mente, el recuerdo de mis años de enfermedad y los sufrimientos del viaje a Lourdes y lo enfermo que había estado en Lourdes. Empecé a llorar, y el arzobispo también, y nos quedamos los dos sentados, llorando como dos niños. Después de hablar un poco con él, me tranquilicé. Ahora comprendía plenamente lo que había sucedido”.
Un telegrama a su mujer: “Estoy mejor”
Dado que las noticias sobre los hechos ya habían llegado a Liverpool, le aconsejaron a Jack Traynor que escribiera un telegrama a su mujer. “No quise hacer un alboroto con un telegrama, así que le envié este mensaje: ‘Estoy mejor - Jack’”, explica.
Este mensaje y la carta en la que le anunciaban que su marido iba a morir en Lourdes era toda la información que tenía, pues no había visto los periódicos. Supuso que se había repuesto de la gravedad, pero que seguía en su estado “ruinoso”.
El recibimiento en Liverpool fue apoteósico. El arzobispo tuvo que dirigirse a la gente para que se dispersaran con sólo ver bajar a Traynor del tren. “Pero cuando aparecí en el andén, se produjo una estampida” y la policía tuvo que intervenir. “Volvimos a casa y no puedo describir la alegría de mi mujer y mis hijos”, subraya en su narración.
Una hija llamada Bernardette
Jack Taynor concluye su relato explicando que se dedicó en los años sucesivos al transporte del carbón, levantando sacos de 90 kilos sin dificultad. Gracias a la Providencia, pudo atender bien a su familia. Tres de sus hijos nacieron después de su curación en 1923. A la niña, la llamaron Bernadette, en honor a la vidente de Lourdes.
Además deja constancia de la conversión de las dos hermanas protestantes que cuidaron de él, junto a su familia y al pastor anglicano de su comunidad.
Desde entonces, Jack acudió como voluntario a Lourdes de forma recurrente hasta que falleció en 1943, la víspera de la solemnidad de la Inmaculada Concepción.
Paradójicamente, y pese a las evidencias fácticas de su curación, el Ministerio de Pensiones de la Guerra nunca revocó la pensión de invalidez que se le concedió de por vida.
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