“Mi cuerpo y mi alma explotaron, nuevamente no podía dormir ni comer, y el llanto continuo que me acompañaba. Pero lo peor era querer salir de mi propio cuerpo y no poder, era como estar atrapada dentro de alguien que no quería ser. Me sentía despreciable, digna del peor castigo, no soportaba estar conmigo misma. Qué sensación tan desesperante, yo sentía que ni la misma muerte podía terminar con ese sufrimiento, así que el suicidio, por más que lo pensara, tampoco era una opción. Es indescriptible el dolor del alma”.
Fue entonces cuando descubrió “la trampa del aborto”. La que, asegura, “está tan bien armada que sólo la descubren los que caen en ella”. Aquellos que le habían animado a abortar continuaban con sus vidas, mientras sus seres queridos le aseguraban que el dolor pasaría con el tiempo, pero no fue así.
Pasaron varios meses en esta situación, e incluso su deterioro físico era muy visible. Sin embargo, señaló, “aún en medio de tanta culpa e incertidumbre, le rogaba a Dios que me sacara de esa situación. Le pedí perdón de mil maneras y le confesé lo que Él ya sabía, que había sido engañada, porque el aborto es un engaño”.
“Se vende como la solución a diferentes problemas, y lo único que hace es sumergir a la madre en la angustia más grande que pudiera existir. Y fue ahí, en el pozo más profundo y oscuro de mi vida, cuando conocí realmente a Dios, me entregué por completo a Él, porque mi vida ya tampoco me pertenecía, en mi nada quedaba de lo que yo había sido alguna vez”.
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Y le di, continúa, “todo lo que era: barro, solo barro maloliente, porque así me sentía, a cambio de que pudiera criar a mi pequeña hija, a quien yo había querido proteger y que tanto me necesitaba”.
“Dios se hizo aún más presente que antes”
La respuesta de Dios, asegura, “no tardó en llegar, fue casi inmediata”. Comenzó entonces a acudir a Misas de sanación, rezos del Rosario, comulgaba y se confesaba, hacía actos de servicio y acudía a adoraciones eucarísticas.
“Parecía que cada día se presentaba una nueva propuesta para conocerlo más y acercarme más a Él. Mi entrega fue total porque ya no tenía nada que perder, ni siquiera la dignidad me quedaba, con cada acto sentía un pequeño alivio, era como empezar a salir del pozo subiendo escalón a escalón”.
“Tan profundo era el pozo que tardé dos años en ver la luz, en tener un buen día. Un poco antes de que se cumpliera esta fecha me sentí lista para iniciar un proceso de sanación llamado Proyecto Esperanza. Fue exactamente lo que necesitaba para completar eso que Dios ya había iniciado”.
La protagonista de esta historia, relata a ACI Prensa como la calidez, el respeto, la escucha atenta y amorosa, la empatía y “miles de cualidades más que podría enumerar de la persona que fue asignada para brindarme de forma desinteresada todo su apoyo y su tiempo, además de su experiencia y orientación, hicieron de este espacio un lugar de contención donde podía expresarme con total libertad”.