2 de diciembre de 2024 Donar
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Del infierno a la paz de Cristo: el testimonio de una madre tras caer en la trampa del aborto

Imagen referencial. Crédito: Pixabay

Una madre herida por el aborto relata cómo Jesús le ayudó a salir del “pozo más profundo y oscuro” de su vida, haciéndose más presente que antes, sanando su alma y poniendo luz en la oscuridad. 

ACI Prensa conversa con una de las mujeres a las que ayuda el Proyecto Esperanza, una iniciativa que acompaña a padres y madres que desean sanar las heridas y dar un nuevo sentido a sus vidas después de haber elegido el aborto.

Los casos en los que mujeres con una familia ya formada deciden abortar son menos conocidos, pero no menos significativos. Es el ejemplo de nuestra entrevistada, quien decidió no continuar con su embarazo debido a que su bebé presentaba una malformación, teniendo ya una hija pequeña y una relación estable de más de 20 años. En respeto a su privacidad, no se compartirá su nombre. 

Fue durante una ecografía de control de embarazo cuando la pareja se enteró de que su bebé tenía una malformación. El médico, al informarles de la situación, les avisó que podrían perderlo en cualquier momento.

“Nos informaron además de la opción de practicar un aborto en caso de que no quisiéramos continuar. Mi pareja y yo inmediatamente respondimos que esa no era una opción para nosotros, que pensábamos recibir igual al bebé más allá de su condición, porque seguía siendo nuestra hija”.

Ellos parecían tenerlo claro, pero al comunicar la noticia a sus familiares y amigos cercanos comenzaron las sugerencias para realizar nuevas consultas médicas y a realizarse exámenes de mayor complejidad.

“Con cada conversación en nuestro entorno cercano o consulta médica, nuestras esperanzas y fortaleza iban decayendo, las caras de decepción, tristeza y desánimo con que nos recibían iban anidando en nuestro corazón. Se hacía cada vez más presente el miedo a lo desconocido y la angustia que producía tomar en muy poco tiempo una decisión que nos acompañaría toda la vida”.

En su entorno les animaban a pensar en su hija pequeña, quien en un futuro tendría que cargar con la enfermedad de su hermana, una vez ellos no estuvieran, y también en cómo su calidad de vida cambiaría radicalmente.

“Nuestra cabeza intentaba procesar todo, pero parecía que no podíamos imaginar tantas posibilidades. La vida nos había sorprendido, había dado un giro inesperado, nada era como lo habíamos planeado unos meses antes cuando decidimos buscar nuestra segunda hija. Y ahora había poco tiempo para reorganizarnos”.

En aquel entonces, cuenta la mujer a ACI Prensa, “yo era una persona creyente, pero poco practicante. Tenía el hábito de rezar bastante y asistir al rezo del Santo Rosario, pero no iba frecuentemente a Misa, no me confesaba, no participaba de la Eucaristía”.

“En aquel momento tan difícil de nuestras vidas me aferré con mayor devoción a la fe, y cada vez que participa de alguna práctica religiosa parecía serenarse mi vida, encontraba cierta paz y esperanza, sentía que alguien con mayor poder que yo tenía todo bajo control y que solo debía seguir adelante”.

Sin embargo, precisó que cuando regresaba nuevamente “al mundo” todo “volvía a ser caos, angustia y desesperanza”. Recuerda especialmente “la ansiedad que algunas personas me transmitían para que me apresurara a tomar una decisión, situaciones como esa eran una insistente amenaza para mi tranquilidad y para la vida de mi bebé”.

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Y así, día tras día, “se fueron debilitando nuestras fuerzas mientras esperábamos los resultados de nuevos estudios. Cuando estos finalmente llegaron, ambos estábamos agobiados de tanto desánimo y, cuando la doctora nos llamó para mencionarnos la larga lista de dificultades físicas y orgánicas que por su malformación afectarían a nuestra bebé en caso de que naciera, nosotros ya no éramos los mismos que al inicio”.

“Recuerdo haber pasado esos días sin poder comer ni dormir, además del llanto que me acompañaba casi de manera constante. En poco tiempo decidimos que finalmente el aborto sería la solución para terminar con ese caos que estábamos viviendo, me dejé convencer de que en estos casos especiales, Dios nos deja tomar su lugar por un momento y elegir el camino entre la vida y la muerte. Asistimos a la práctica del aborto, creyendo que era lo mejor para nuestra familia”, detalla

“El llanto era casi continuo”

Los días siguientes, precisa, sintió “una pequeña sensación de alivio”, ya que creía “haber hecho lo correcto”. Aún así, “el llanto era casi continuo”.

Al mes de haberse sometido aborto, llegó el estudio patológico de su bebé. “En ese mismo instante mi vida se derrumbó por completo”. En el informe, constaba que debido al estado del bebé, habría tenido aproximadamente un mes más de vida intrauterina, lo que significaba que no llegaría a desarrollarse por completo y nacer. “El embarazo iba a detenerse muy pronto”.

“La doctora pensó que esa noticia aliviaría mucho mi dolor, pero no fue así. En ese mismo estudio detallaban cómo habían sido realizados los diferentes cortes en su pequeñito cuerpo para hacer dicho examen, ahí fue donde comprendí que mi bebé, además de estar muerta, había sido destrozada”.

“Es indescriptible el dolor del alma”

Confiesa que ese mismo día “fue como entrar al infierno (literal)”. “¿En qué clase de monstruo horrible me había convertido?, ¿qué madre haría algo así? Me desconocía por completo, era como estar viviendo una película de terror y no poder salir de ahí. Lo que apenas un mes antes parecía ser un aborto realizado y aprobado por profesionales, ahora era el peor de los crímenes que pudiera cometer una persona que decía llamarse ‘madre’”.

“Mi cuerpo y mi alma explotaron, nuevamente no podía dormir ni comer, y el llanto continuo que me acompañaba. Pero lo peor era querer salir de mi propio cuerpo y no poder, era como estar atrapada dentro de alguien que no quería ser. Me sentía despreciable, digna del peor castigo, no soportaba estar conmigo misma. Qué sensación tan desesperante, yo sentía que ni la misma muerte podía terminar con ese sufrimiento, así que el suicidio, por más que lo pensara, tampoco era una opción. Es indescriptible el dolor del alma”.

Fue entonces cuando descubrió “la trampa del aborto”. La que, asegura, “está tan bien armada que sólo la descubren los que caen en ella”. Aquellos que le habían animado a abortar continuaban con sus vidas, mientras sus seres queridos le aseguraban que el dolor pasaría con el tiempo, pero no fue así.

Pasaron varios meses en esta situación, e incluso su deterioro físico era muy visible. Sin embargo, señaló, “aún en medio de tanta culpa e incertidumbre, le rogaba a Dios que me sacara de esa situación. Le pedí perdón de mil maneras y le confesé lo que Él ya sabía, que había sido engañada, porque el aborto es un engaño”.

“Se vende como la solución a diferentes problemas, y lo único que hace es sumergir a la madre en la angustia más grande que pudiera existir. Y fue ahí, en el pozo más profundo y oscuro de mi vida, cuando conocí realmente a Dios, me entregué por completo a Él, porque mi vida ya tampoco me pertenecía, en mi nada quedaba de lo que yo había sido alguna vez”.

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Y le di, continúa, “todo lo que era: barro, solo barro maloliente, porque así me sentía, a cambio de que pudiera criar a mi pequeña hija, a quien yo había querido proteger y que tanto me necesitaba”.

“Dios se hizo aún más presente que antes”

La respuesta de Dios, asegura, “no tardó en llegar, fue casi inmediata”. Comenzó entonces a acudir a Misas de sanación, rezos del Rosario, comulgaba y se confesaba, hacía actos de servicio y acudía a adoraciones eucarísticas.

 “Parecía que cada día se presentaba una nueva propuesta para conocerlo más y acercarme más a Él. Mi entrega fue total porque ya no tenía nada que perder, ni siquiera la dignidad me quedaba, con cada acto sentía un pequeño alivio, era como empezar a salir del pozo subiendo escalón a escalón”. 

“Tan profundo era el pozo que tardé dos años en ver la luz, en tener un buen día. Un poco antes de que se cumpliera esta fecha me sentí lista para iniciar un proceso de sanación llamado Proyecto Esperanza. Fue exactamente lo que necesitaba para completar eso que Dios ya había iniciado”.

La protagonista de esta historia, relata a ACI Prensa como la calidez, el respeto, la escucha atenta y amorosa, la empatía y “miles de cualidades más que podría enumerar de la persona que fue asignada para brindarme de forma desinteresada todo su apoyo y su tiempo, además de su experiencia y orientación, hicieron de este espacio un lugar de contención donde podía expresarme con total libertad”.

“Por primera vez en tanto tiempo mi bebé volvía a tener un lugar, un espacio, podía ser nombrada, extrañada, llorada y yo me sentía comprendida, ya que en mi entorno esta apertura era imposible”.

De este modo, señala, “Dios se hizo aún más presente que antes, sanando cada uno de esos momentos traumáticos y dolorosos, poniendo luz, comprensión y aceptación de lo ocurrido”.

“Por primera vez en mi vida conocí la inmensa misericordia de Dios y entendí de qué se trataba ese amor tan inmerecido que Jesús tiene por cada uno de nosotros, hasta el punto de morir en la cruz”. También destaca un encuentro que tuvo con un sacerdote, “que trajo mucho alivio y paz a mi alma”.

“Hoy sé que mi hija descansa en paz, y yo quiero que mi testimonio llegue a cada rincón, llevando la verdad sobre el aborto y sus consecuencias, para que quienes afortunadamente no vivieron esta experiencia, conozcan la triste realidad que acompaña este acto para poder ayudar a quien lo necesite”.

Por último, desea transmitir un mensaje de esperanza dirigido a quienes “han caído en la trampa y aún no han podido vivir un proceso de sanación”. “Es necesario que se den la oportunidad de ser restaurados por Jesús, para volver a vivir plenamente”.

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